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miércoles, 6 de febrero de 2008

NO LLORES POR MI, EE.UU.

Paul Krugman
The New York Times

La historia se ha repetido una y otra vez en los últimos 30 años. Inversores mundiales, desilusionados por los rendimientos que están obteniendo, buscan alternativas. Creen haber encontrado lo que buscaban en algún país u otro, y el dinero entra con rapidez. Sin embargo, al final queda claro que la oportunidad de inversión no fue todo lo que parecía, y el dinero vuelve a salir con rapidez, con consecuencias desagradables para el ex favorito financiero. Esta es la historia de múltiples crisis financieras en América latina y Asia. Y también es la historia de la burbuja de la combinación de la vivienda y el crédito en Estados Unidos. En estos días, interpretamos el papel por lo general asignado a las economías del tercer mundo.
Los orígenes mundiales de nuestro caos actual fueron expuestos por Ben Bernanke en el discurso que pronunció a principios de 2005, antes de ser nombrado director de la Reserva Federal. Bernanke planteó una buena pregunta: "¿Por qué Estados Unidos, con la economía más grande del mundo, está pidiendo prestado muchísimo en los mercados internacionales de capital, en lugar de prestar, lo que parecería más natural?
Su respuesta fue que la principal explicación no estaba aquí en EE.UU., sino en el extranjero. En particular, en las economías del tercer mundo que habían sido las favoritas de los inversionistas en los años noventa, y a las que ahora sacudía una serie de crisis financieras comenzadas en 1997. Como resultado, pasaron abruptamente de ser destinos del capital a fuentes del capital, conforme sus gobiernos empezaron a acumular acervos gigantescos de valores extranjeros. El resultado, dijo Bernanke, fue una "saturación mundial de ahorro": muchísimo dinero, bien acicalado y sin lugar a dónde ir. Al final, la mayor parte de ese dinero fue a parar a EE.UU. ¿Por qué? Debido a, dijo Bernanke, "la profundidad y la sofisticación de los mercados financieros del país".
Todo esto es correcto, excepto por una cosa: los mercados financieros estadounidenses, resulta ser, se caracterizaron menos por su sofisticación que por su sofistería, a la que mi diccionario define como "un argumento deliberadamente inválido que manifiesta ingenuidad en el razonamiento con la esperanza de engañar a alguien".
En otras palabras, EE.UU., de hecho, no estaba bien adaptado para usar los fondos excedentes del mundo. Más bien, estaba en una posición en la que grandes cantidades podrían y fueron invertidas en forma muy equivocada. Directa o indirectamente, el capital que fluyó a EE.UU. de los inversores mundiales terminó financiando una burbuja de vivienda y créditos que ahora reventó con consecuencias dolorosas.
Como dije, estas consecuencias probablemente no sean tan malas como las recesiones devastadoras que atormentaron a víctimas del tercer mundo con el mismo síndrome. La gracia salvadora de la situación de EE.UU. es que nuestras deudas externas están en nuestra propia moneda. Esto significa que no tendremos el tipo de espiral financiera mortal que experimentó Argentina, en la que la caída del peso causó que las deudas del país, que estaban en dólares, se dispararan en su valor relativo con respecto a los valores internos.
Sin embargo, incluso sin esos efectos monetarios, los siguientes uno o dos años podrían ser bastante desagradables.
El verdadero pecado, tanto de la Reserva Federal como del gobierno de Bush, fue el fracaso para ejercer una supervisión madura sobre los mercados que se salían de control.
El hecho es que el sistema financiero estadounidense se ha vuelto cada vez más complejo, también ha rebasado el marco de las regulaciones bancarias que solían protegernos y, aún más, en lugar de intentar actualizar ese marco, todo lo que obtuvimos fueron apologías de las maravillas de los mercados libres.
Esperemos que, cuando las aguas regresen a su nivel, Bernanke tome la delantera para hablar sobre lo que se necesita hacer para arreglar un sistema financiero que está muy, pero muy mal.

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