La ofensiva militar y política de Estados Unidos contra Venezuela ha escalado hasta niveles inéditos desde la Guerra Fría. Entre amenazas de intervención, operaciones encubiertas y un cerco económico devastador, la estrategia de Washington bajo Trump redefine el tablero latinoamericano. Lo que ocurra en Venezuela sentará un precedente para toda la región
Valerio Arcary, Jacobin
El objetivo declarado de la ofensiva militar estadounidense contra Venezuela es derrocar al gobierno de Nicolás Maduro. La clave de la ecuación latinoamericana está hoy en Venezuela. Parece inminente una intervención de Estados Unidos. Trump no le ha hecho al gobierno venezolano otra oferta que no sea la rendición. No está en condiciones de invadir con su ejército a Venezuela, como se hizo en Iraq o Afganistán, pero tampoco va a retroceder ante un dispositivo militar tan poderoso. Son varios los escenarios posibles: a) una ola de bombardeos contra objetivos militares y económicos; b) operaciones encubiertas para liquidar a los líderes chavistas, comenzando por el propio Maduro; c) ambas opciones simultáneamente en combinación con otras. Sería, por tanto, una imprudencia imperdonable no comprender o subestimar el drama que para Venezuela representa la presencia en sus fronteras de una fuerza militar de dimensiones sin precedentes.
Las acusaciones lanzadas por Trump contra Venezuela son insostenibles: a) que Maduro es el cabecilla de toda una red de narcotráfico, al frente de un imaginario Cartel de Los Soles, se ha catalogado de absurdo en los más amplios círculos internacionales; b) que Estados Unidos se propone derrocar a Maduro porque este es un tirano que encabeza una dictadura chavista es indefendible, pues Trump apoya incondicionalmente al sanguinario déspota Mohamed bin Salman de Arabia Saudita; c) que la intervención de Estados Unidos es necesaria por causa de una crisis humanitaria que ha provocado que siete millones de venezolanos emigren es de un monstruoso cinismo, pues Estados Unidos ha apoyado ininterrumpidamente el genocidio sionista contra los palestinos de Gaza; d) que Venezuela es un «enclave» de Rusia, China e Irán o representa una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos está tan fuera de toda proporción que resulta ridículo.
Los ataques de Trump son una respuesta a la independencia de Venezuela, no a la naturaleza del régimen chavista. El concepto de gobierno «independiente» se ha vuelo útil en un sistema internacional de Estados que merece más que nunca que se lo califique de orden imperialista, pues como tal ese tipo de gobierno es una «anomalía». Los gobiernos independientes son raros, excepcionales y, por tanto, inestables. La estrategia de Trump señala los peligros a los que tendrá que enfrentarse cualquier gobierno de izquierda que desafíe los estrechos límites del orden imperialista.
Nada ni remotamente parecido a lo que ocurre hoy entre Estados Unidos y Venezuela se ha producido en América Latina desde el fin de la Guerra Fría. Trump está dejando en claro que, en la región del mundo que históricamente el imperialismo estadounidense ha considerado su «patio trasero» o su «retaguardia estratégica», utilizará su poder militar cuando se considere o pretenda sentirse amenazado. En los últimos treinta y cinco años, es decir, desde la restauración capitalista y el fin de la URSS, no se ha producido ninguna situación similar. Desde la invasión de la República Dominicana en 1965 para derrocar al gobierno reformista de Juan Bosch, la prestación por Estados Unidos de apoyo militar y financiero a los Contras de Nicaragua tras la victoria de la revolución sandinista de 1979, la invasión de la isla de Granada en 1983 y la invasión por veinte mil militares y el secuestro de Noriega en 1989 en Panamá, no se había visto operación militar de esta envergadura. Se trata de una ofensiva que confirma un giro y un reposicionamiento de Estados Unidos frente a América Latina. Lo que vale hoy para Venezuela, vale para cualquier país. Cuando el enemigo más peligroso de las naciones dependientes da un giro táctico, la izquierda tiene que dar un giro, también, estratégico.
¿Cuáles son los objetivos no declarados de Trump? a) Venezuela posee las mayores reservas mundiales de petróleo y de gas: es su fortuna y a la vez su maldición, y Estados Unidos desea gozar sin restricciones de un acceso estratégico a esos recursos, lo cual es incompatible con la existencia en Venezuela de un Estado independiente. El cerco imperialista del bloqueo contra Venezuela es la principal explicación de la crisis económica de hiperinflación, desabastecimiento, contracción del PIB, desempleo, reducción de la producción de petróleo y migración masiva que sufre el país; sin embargo, el gobierno de Maduro no ha sido derrocado. b) la independencia de Venezuela es más que un mal «ejemplo», pues constituye un desafío a la dominación por Estados Unidos de su «patio trasero» a los fines de garantizar el suministro estratégico ante la creciente pugna con China; c) Trump está decidido a subvertir la institucionalidad mundial que Estados Unidos ayudó a construir en los últimos treinta y cinco años —la OTAN, el Tratado de París y el G-20— y no duda en sentar precedentes para ello violando conscientemente el derecho internacional.
¿Por qué la izquierda debe solidarizarse con Venezuela? a) La defensa incondicional de un país independiente frente al imperialismo estadounidense es un principio elemental y no equivale a un apoyo político incondicional al gobierno de Maduro; b) estratégicamente se debe apostar por la integración latinoamericana. El gobierno de Maduro asumió un proyecto de regulación estatal nacionalista del capitalismo, acompañado de reformas sociales progresistas. En ningún momento en Venezuela se inició un proceso de ruptura con el capitalismo como en Cuba en 1961, pero el contexto histórico ha sido siempre mucho más adverso. La situación social de las masas venezolanas sigue siendo grave, a pesar de una recuperación desde 2023, con altos índices de pobreza que explican la emigración de por lo menos el 20 % de la población. Aunque en Venezuela prevalezca un régimen autoritario, se trata, como advirtiera Trotsky, de un bonapartismo sui generis, es decir, de carácter defensivo y antimperialista, y por tanto progresista, como lo fueron los gobiernos de Cárdenas en México, Perón en Argentina o Getúlio Vargas en Brasil, y con una base social innegable. Aunque el Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) sea una organización monolítica, el gobierno de Nicolás Maduro cuenta con un arraigo social irrefutable. El principal enemigo de América Latina es el gobierno de Trump y toda estrategia que se le oponga debe responder a esa amenaza.
El gobierno de Lula ha cometido hasta ahora numerosos errores en su relación con Caracas: a) se equivocó al no reconocer el resultado de las elecciones, porque subestimó el peligro neofascista que representaban María Corina Machado y la candidatura de Edmundo González; b) se equivocó al vetar, inexplicablemente, la presencia de Venezuela en los BRICS, en un gesto innecesario de hostilidad hacia el gobierno de Maduro; c) se equivocó por la incoherencia de una diplomacia entre bastidores en defensa de Venezuela y una insostenible ambigüedad estratégica ante el peligro que representa Trump, quien por demás no dudará en intervenir en las elecciones de 2026 en Brasil, como recientemente lo hiciera en la Argentina de Milei.
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Ver también:
- Imperialismo versus Bolivarismo
Gaetano Colonna. 8/11/2025 - La doctrina Monroe 2.0 y la nueva fase del imperialismo
José Ernesto Nováez Guerrero. 27/10/2025 - La CIA como cerebro y el Pentágono como brazo en la Doctrina Monroe 2.0
Misión Verdad. 25/10/2025

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