Nahia Sanzo, Slavyangrad
La gamifiación de la guerra, no es una novedad ni como concepto ni su uso en el conflicto ucraniano. El pasado julio, en un artículo que hacía referencia a ello, The Economist explicaba que el término fue acuñado en la primera década de este siglo y que “se ha utilizado en muchos campos, desde la atención sanitaria y los programas de fidelización de clientes hasta la educación y la productividad en el lugar de trabajo”. La lógica de la gamificación es que “los participantes puntúan; suelen aparecer tablas de clasificación, barras de progreso, niveles e insignias. En algunos casos, los puntos pueden traducirse en recompensas que van más allá de la satisfacción de «ganar»”. Su aplicación a la guerra es más sencilla a medida que el acto de matar puede hacerse a distancia, en ocasiones desde la seguridad de la lejanía, utilizando un botón que apretar después de haber apuntado por medio de una pantalla, quizá incluso desde un edificio de oficinas o un sótano situado en cualquier lugar del frente o de la retaguardia.
La apariencia de un videojuego no es el único aspecto que facilita la gamificación de la guerra de drones, sino también el hecho de que, al contrario que la guerra cuerpo a cuerpo de la infantería, tiende a quedar registrada y es más sencilla de cuantificar. Además del peligro extremo que padecen, atrapadas en las zonas de muerte en las que se han convertido frentes como el de Donbass, saturados de drones capaces de detectar prácticamente cualquier movimiento, quienes allí luchan no pueden permitirse el lujo de grabar y contabilizar todos sus éxitos, impactos o derribos. Con ayuda de las herramientas tecnológicas que han hecho de la guerra un juego que se puede librar a distancia, operadores de drones sí disponen de la posibilidad de realizar un seguimiento mucho más exhaustivo.
Las primas por éxitos logrados han sido siempre una parte de la guerra, en la que la particular meritocracia ayuda a ascender a quienes pueden probar más conquistas, muertes atribuidas a su trabajo o, en ocasiones, protección a las tropas propias. En esta guerra, Rusia no ha escondido las recompensas que ha implantado por derribos de las armas más peligrosas o la captura de tanques Leopard, uno de los grandes objetivos de 2023 para su estudio y posterior adaptación de la táctica para luchar contra ellos. “Los rusos tienen su propia versión de una competición en el campo de batalla, en la que pagan bonificaciones de 2.400 dólares por destruir un helicóptero o 12.000 dólares por capturar un tanque Leopard”, afirma The New York Times en un artículo sobre la gamificación de la guerra de Ucrania.
El centro del artículo es el uso de esta idea que está haciendo Ucrania, aplicado precisamente a la parte que más se presta a ello, las unidades que operan drones. “Como economista, me gusta la idea”, escribió el pasado mes de julio Tymofey Milovanov, exministro de Economía de Zelensky y apoyo incondicional del actual presidente en las redes sociales. Milovanov comentaba entonces el artículo publicado por The Economist, que trataba con total normalidad y sin ofrecer ningún matiz mínimamente crítico al respecto. Porque el programa utilizado por Ucrania para ofrecer recompensas por éxitos en el frente va mucho más allá de lo que plantea Rusia.
“El Gobierno ucraniano creó la competición en agosto de 2024, aunque se trataba más bien de un lanzamiento preliminar, una versión beta. Los equipos compiten por puntos para adquirir equipamiento fabricado en Ucrania, incluidos drones de vigilancia básicos y drones más grandes que transportan potentes explosivos, a través de una tienda interna de armas al estilo de Amazon llamada Brave1 Market. La tienda se puso en marcha en abril de este año y se amplió en agosto”, describe The New York Times para presentar fríamente el programa. “Cuantos más puntos obtiene una unidad, mejores artículos puede comprar, lo que garantiza que los recursos se destinen a los equipos que mejor los utilizan. Se trata de una versión digital y de gratificación instantánea de las tradicionales recompensas para los soldados, como medallas y ascensos, y las ganancias se reinvierten en el esfuerzo bélico”, especifica el artículo. Es la lógica de cualquier competición en la que se seleccionan jugadores que dan puntos por cada gol marcado y asistencia realizada, pero aplicada a la muerte y con ese matiz de inmediatez tan acorde a estos tiempos en los que si el beneficio no se recoge al momento, parece que no se ha producido.
“Los equipos de drones envían vídeos de sus ataques exitosos a una oficina central en Kiev, la capital ucraniana, donde los expertos los revisan para decidir quién obtiene puntos basándose en las marcas de tiempo y la destrucción verificada, según explicó Mijailo Fedorov, ministro de Transformación Digital, que ayudó a diseñar el programa”, añade para explicar cómo se gestiona la gamificación de esta guerra, en la que pese a la clara escasez de soldados para el frente hay un equipo que se dedica a verificar los puntos obtenidos por cada equipo participante en esta competición. “Las autoridades sostienen que la competición mantiene a las tropas motivadas tras tres años y medio de guerra, en los que los operadores de drones se enfrentan al estrés constante de presenciar la violencia a través de transmisiones de vídeo en directo”, continúa el texto, que vuelve a citar al ministro de Transformación Digital -al que podría también otorgársele el cargo de ministro de insensibilización-, que afirma que “esto ayuda a detener al enemigo”, ya que “da motivación añadida a nuestros militares”. Estos días, también Zelensky ha otorgado parte del crédito por la destrucción de los grupos de soldados rusos que se infiltran en Pokrovsk -y cuyo avance no solo no se ha detenido, sino que ha aumentado- a ese sistema de puntos. Aunque la principal motivación de gran parte de la tropa -destinada en el frente, no en la retaguardia- es la supervivencia, el autoengaño es también importante de la guerra.
En su defensa, hay que admitir que, al contrario que The Economist, que presentaba el programa sin ver ningún matiz moralmente cuestionable, el texto del diario neoyorquino se plantea la deshumanización que implica este tipo de sistema. “Los drones armados llevan mucho tiempo suscitando preocupación por deshumanizar la guerra, al permitir a los soldados matar con solo pulsar un botón, lejos del campo de batalla. Cuando se le preguntó si creía que el uso de drones por parte de Ucrania podía ser deshumanizante, Federov se encogió de hombros. «Lo que es inhumano es iniciar una guerra a gran escala en el siglo XXI»”, afirmó”. Aparece ahí la diferencia entre la inaceptable guerra a gran escala rusa frente a la operación antiterrorista que Ucrania inició en 2014 para tratar de resolver por la vía militar un problema político y con la que envió a batallones profundamente ideologizados a Donbass a acabar con las protestas de una población que, en aquel momento, solo quería ser escuchada y exigía derechos ciudadanos básicos perfectamente asumibles por un país mínimamente democrático. No es inhumano tampoco obligar a la población anciana a renunciar de facto a sus pensiones o a enfrentarse a horas de espera en las colas para atravesar el frente y poder obtener sus de por sí miserables ingresos, logrados por años de trabajo.
“El mercado online de armas de Ucrania es una extensión de la filosofía del «hazlo tú mismo» que ha caracterizado la adquisición de drones por parte del país desde el inicio de la guerra, incluyendo la recaudación de donaciones para comprar drones comerciales y modificarlos para convertirlos en armas letales”, añade The New York Times, que prefiere no ahondar en cuestiones morales. Pero también este aspecto recuerda al pasado, ya que no fue tras la invasión rusa, sino mucho antes, cuando Ucrania comenzó a innovar en materia de drones. En aquel momento, cuando la financiación para la guerra, un conflicto mucho menor, más contenido y puramente terrestre, no era tan elevada, las tropas ucranianas comenzaban a utilizar Donbass como laboratorio de pruebas de su ingenio. Por aquel entonces, el juego no daba bonus para la unidad ni garantizaba mejores armas, aunque aparentemente sí satisfacción personal y se basaba fundamentalmente en colocar una granada en un dron comercial de bajo precio y atacar la retaguardia de la RPD o la RPL de forma gratuita y sin consecuencias. Nadie por aquel entonces reprochaba ninguna infracción al alto el fuego. Tampoco cuando esa diversión costó la vida a un niño de corta edad. Ucrania no solo negó los hechos, sino que llegó incluso a poner en duda la existencia de aquel niño y de su entierro. La deshumanización precede en mucho tiempo a la gamificación, al Ministerio de Transformación Digital o a la invasión rusa.
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