viernes, 15 de febrero de 2019

La Revolución iraní, 40 años después


Keith Jones, wsws

Esta semana se cumplen los cuarenta años de la Revolución iraní que derrocó la dictadura del sha, un tiránico régimen instalado por un golpe de Estado militar orquestado por Estados Unidos en 1953 que sirvió como un eje clave de la violencia e intrigas imperialistas estadounidenses en todo Oriente Próximo y Eurasia.

El levantamiento popular que barrió con el régimen del sha Mohamed Reza Pahlavi, sus cortesanos, capitalistas corruptos y torturadores de la policía política, Savak, colocándolos en el basurero de la historia, fue la culminación de un año de protestas y huelgas de masas. Amplios sectores de la clase obrera, las clases medias y pobres urbanas participaron en la lucha contra la dictadura monárquica del sha. Sin embargo, fue la huelga de los trabajadores petroleros iraníes que rompió la resistencia del régimen absolutista respaldado por EEUU.

Los paralelos entre Irán en 1979 y Rusia en 1917 son impactantes y fueron ampliamente comentados, incluso en la prensa capitalista, en su momento. Como resultado del derrocamiento del sha, el levantamiento revolucionario se expandió e intensificó. Pero, mientras que los trabajadores ocupaban las fábricas y construían nuevas organizaciones de lucha en los centros laborales y mientras los campesinos tomaban control de las propiedades de los terratenientes que habían huido, el poder político no pasó a manos de un Gobierno obrero respaldado por los sectores empobrecidos y explotados en las ciudades y el campo.

En cambio, un nuevo régimen capitalista se aferró y consolidó su poder durante los tres años que incluyeron conmociones violentas y la salvaje represión de la izquierda y todas las formas independientes de organización de la clase obrera.

Este régimen estaría enraizado en los comerciantes de los bazares y otras secciones tradicionales de la burguesía iraní que resintieron la monopolización de la creciente riqueza petrolera iraní por parte del sha, sus compinches y el imperialismo. Políticamente, estuvo encabezado por una sección heterodoxa del clero que empleó apelaciones populistas chiíes para amarrar, luego difuminar y finalmente suprimir el levantamiento antiimperialista. Como guardianes de la propiedad burguesa, el clero chiita fue capaz de arrogarse una posición predominante en las instituciones políticas de la República Islamista, como lo ejemplificó el puesto del líder supremo del ayatolá Jomeini hasta su muerte en 1989 y del ayatolá Jamenei desde entonces.

El papel contrarrevolucionario del Partido Tudeh estalinista


Fueron el Partido Tudeh estalinista y la política del estalinismo los principales responsables del trágico descarrilamiento de la Revolución iraní.

Hay una larga y profunda conexión entre la clase obrera iraní y el socialismo revolucionario que se remota hasta la primera década del siglo veinte, cuando los trabajadores migrantes iraníes que trabajaban en los yacimientos petroleros y otras industrias en el sur de Rusia fueron politizados por los cuadros del Partido Bolchevique.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, el Partido Tudeh se estableció como el primer partido político de masas de Irán, la fuerza líder de un militante movimiento sindical en el que participaron cientos de miles de trabajadores y como un contendiente político al poder. Sin embargo, al suscribirse a la teoría menchevique y estalinista de la revolución en dos etapas, el Partido Tudeh subordinó sistemáticamente a la clase obrera al ala supuestamente “progresista” de la burguesía, ayudando a crear de esta manera las condiciones políticas para el golpe de Estado orquestado por la CIA en 1953 que instaló el régimen absolutista del sha.

En el exilio, la dirección del Partido Tudeh se trasladó aún más hacia la derecha, buscando aliarse con desertores del régimen del sha, incluyendo al general que presidió la brutal represión contra este partido después del golpe de 1953. Por haber abandonado todo intento serio de vincularse a la clase obrera iraní, los estalinistas fueron tomados por sorpresa cuando estalló la oposición masiva contra el régimen del sha en 1978.

A partir de ese momento, se alinearon detrás de Jomeini, elogiándolo como el líder de la “revolución democrática nacional” y colocando lo que le quedaba de influencia al Partido Tudeh, particularmente en una sección de trabajadores industriales, al servicio de la burguesía iraní. En diciembre de 1979, el secretario general del partido, Nourredin Kianouri declaró notoriamente que la cooperación de los estalinistas con el régimen de Jomeini era “estratégica” por el “chiismo es una ideología revolucionaria y progresista que nunca bloqueará nuestro camino hacia el socialismo”.

Varios grupos armados guerrilleros que emergieron a principios de los años setenta desempeñaron un papel suplementario en confundir a los jóvenes con inclinaciones socialistas, en parte como una reacción a la política derechista del Partido Tudeh. Con base en una mezcolanza de estalinismo, maoísmo, guevarismo, tercermundismo y en algunos casos “socialismo islámico”, grupos como la Organización Fedayín del Pueblo o la Organización de los Muyahidines del Pueblo sirvieron para alejar a los jóvenes con interés en el socialismo de la clase obrera y para sembrar ilusiones en las capacidades revolucionarias y en el antiimperialismo del clero chiita y de la burguesía iraní.

Para el imperialismo estadounidense, la Revolución iraní fue un duro golpe. Solo 14 meses antes del derrocamiento del sha, el presidente estadounidense, Jimmy Carter, había aclamado dicho régimen como “una isla de estabilidad”.

Sin embargo, la inquietud y temor subyacentes de Washington en la estela del derribamiento del Trono del Pavo Real eran que el levantamiento antiimperialista culminara en una revolución socialista o, desde el prisma ideológico estadounidense durante la Guerra Fría, que el Partido Tudeh llegara al poder. Estados Unidos, junto a Reino Unido y Francia —donde Jomeini, exiliado desde 1965, vivió en los meses previos a la Revolución— proclamaron su intención que trabajar con el ayatolá y el Gobierno provisional que nombró en febrero de 1979.

Si esta apertura no perduró mucho es porque Washington le exigió a Teherán que se subordinara completamente a sus objetivos estratégicos. No solo iba esto en contra de los intereses de la sección dominante de la burguesía iraní que Jomeini representaba, sino que el ayatolá reconoció que cualquier Gobierno iraní que fuera percibido como otro títere de Washington entraría en un conflicto directo con las masas insurgentes.

Jomeini utilizó la toma de la embajada estadounidense en noviembre de 1979 (“la crisis de rehenes”) para marginar a Mehdi Bazargan, el primero que eligió como primer ministro, y otras secciones de la oposición tradicional burguesa al sha que estaban ansiosos por reanudar su colaboración con Washington y que pidieron explícitamente que se detuviera la revolución.

Esto, sin embargo, fue tan solo parte de la preparación del régimen de Jomeini para emprender contra los que el ayatolá, sus simpatizantes más cercanos organizados en el Partido Islámico Republicano y la burguesía iraní percibían como la mayor amenaza: la clase obrera y la izquierda.

Con el apoyo de los estalinistas del Partido Tudeh hasta que ellos también se volvieron un blanco, el Gobierno “revolucionario” iraní reprimió con cada vez más violencia y determinación toda forma de autoexpresión de la clase obrera y críticas izquierdistas, alegando que socavaban la “unidad nacional” y fortalecían al imperialismo.

El régimen de Jomeini también utilizó la guerra de ocho años entre Irán e Irak, en la que murieron aproximadamente un millón de iraníes y hasta medio millón de iraquíes, como pretexto para una represión generalizada y como un mecanismo para diluir en una guerra reaccionaria las aspiraciones y energía revolucionarias que galvanizó el levantamiento antiimperialista que derrocó al sha.

El acercamiento al imperialismo y la “reforma” promercado


Poco antes de su muerte y bajo condiciones en las que Washington amenazaba con utilizar la guerra entre Irak e Irán como pretexto para atacar la República Islámica, Jomeini ordenó un brusco giro. La República Islámica abandonó su demanda a Irak de reparos predatorios por la guerra y se reorientó hacia un acercamiento al imperialismo. Bajo los sucesores designados por el mismo Jomeini, el líder supremo ayatolá Jamenei y el presidente Rafsanjani, Irán tomó pasos acelerados para imponer las políticas de “ajuste estructural” del Fondo Monetario Internacional, incluyendo privatización, desregulación y recortes sociales, con el objetivo manifiesto de restaurar los lazos económicos estrechos con el capital europeo y, de ser posible, estadounidense.

Desde 1989, el Gobierno iraní ha desmantelado sistemáticamente las concesiones sociales hechas a la clase obrera y a los pobres en el campo y la ciudad durante el ápice de la revolución. Esto ha sucedido bajo presidentes apoyados por todas las principales facciones de la élite política de la República Islámica, tanto “conservadores” y “fundamentalistas” como “reformistas”. Esto es cierto para los Gobiernos encabezados por el populista Mahmud Ahmadineyad, Rafsanyaní, el “reformador” Jatamí, y Hasan Rohaní, el ávido neoliberal que ha sido el presidente de Irán desde 2013.

Hoy día, Irán se caracteriza por el crecimiento desenfrenado de la desigualdad social, el desempleo masivo y la precariedad laboral.

En el escenario global, el régimen burgués-clerical de la República Islámica ha perseguido por tres décadas un reacomodamiento con las potencias imperialistas. Esto incluye en definitiva el imperialismo estadounidense, independientemente de la intransigente hostilidad y el rechazo insistente de Washington a las aperturas de Teherán. Todos los presidentes estadounidenses desde Jimmy Carter han amenazado a Irán con una guerra.

En 2001, Irán proveyó apoyo logístico y político a la invasión estadounidense de Afganistán y a la instalación de Hamid Karzai como presidente títere de Washington. Cuando EEUU se preparaba para invadir Irak en 2003, Irán inició negociaciones secretas con el Gobierno de Bush. Poco después de que las tropas estadounidenses ocuparon Bagdad, Teherán ofreció subordinarse en todas las áreas a los intereses estratégicos de Estados Unidos, incluso reconociendo a Israel, eliminando su asistencia a Hamas y presionando a Hezbolá para que se desarme. Todo esto a cambio de que EEUU desistiera en sus intenciones de un cambio de régimen en Teherán.

Obama impuso sanciones económicas brutales sobre Irán y amenazó una y otra vez con atacarlo. Luego, en 2015 y 2016, optó por firmar el primer acuerdo diplomático significativo entre EUA e Irán desde la revolución de 1979, acordando disminuir las sanciones estadounidenses sobre Teherán a cambio del desmantelamiento de gran parte de su programa nuclear civil.

Como lo explicó el World Socialist Web Site en ese momento, Obama tenía en mente dos cálculos predatorios cuando realizó este giro: que un enfrentamiento de plena escala con Teherán interferiría con las ofensivas militares-estratégicas de Washington contra sus adversarios de mayor envergadura y que la reapertura de Irán a las inversiones europeas y estadounidenses proveería nuevas oportunidades para explotar brechas dentro de la élite clerical-burguesa de Irán, incluyendo una importante facción ansiosa por aliarse con Washington, esto con el objetivo de “voltear” a Irán y convertirlo en un aliado subordinado de EEUU.

El WSWS también advirtió que el acuerdo nuclear con Irán valía menos que el papel en el que estaba impreso: Washington lo infringiría apenas lo considerara provechoso.

Por supuesto, Trump hizo precisamente eso, imponiendo un embargo global y unilateral sobre el comercio con Irán con el propósito explícito de hacer colapsar su economía, un acto de agresión sinónimo de guerra.

Mientras tanto, la clase obrera iraní ha dejado en claro que está determinada a poner fin a los años de austeridad. Tampoco aceptará los esfuerzos interminables de la élite gobernante de descargar el peso completo de las depredaciones de Washington contra Irán sobre los trabajadores.

Los últimos años han sido testigo de una ola de protestas obreras y huelgas contra las privatizaciones, los bajos salarios, el no pago de sueldos, los despidos y el estado dilapidado de los servicios públicos. El 2018 inició con protestas masivas contra la pobreza y la desigualdad social, algunas violentas, que estuvieron encabezadas por la juventud desempleada en los centros regionales y ciudades que por muchos años constituyeron una parte importante de la base de apoyo popular al régimen. La respuesta de Teherán ha sido una represión brutal y un torrente de calumnias para pintar las manifestaciones como una operación de cambio de régimen instigada desde el extranjero.

Sin embargo, la oposición sigue acumulándose. Durante el último año, docentes, camioneros, mineros, trabajadores siderúrgicos y otros sectores de la clase obrera han realizado protestas y se han enfrentado a arrestos y violencia policial. Como indicador del temor del régimen al aumento en las protestas, la televisora estatal iraní transmitió “confesiones” extraídas con violencia de activistas involucrados en la prolongada huelga de 4.000 trabajadores en el complejo de caña de azúcar de Haft Tapeh, quienes fueron forzados a decir que estaban operando a instancias de “comunistas” extranjeros.

Perceptiblemente, ante el colapso capitalista y la consiguiente intensificación de las agresiones imperialistas, el espacio de la burguesía iraní para balancear y maniobrar entre el imperialismo y la clase obrera está reduciéndose aceleradamente, recrudeciendo la crisis de la República Islámica a un nuevo nivel cualitativo.

Los trabajadores en Estados Unidos y todo el mundo deben oponerse vigorosamente a la guerra económica de Washington y a los preparativos de un asalto militar contra Irán. Sin embargo, la oposición a la agresión imperialista contra Irán no requiere ni una pizca de apoyo político a la burguesía iraní ni a la República Islámica, ni hablar de crear excusas en su nombre. Por el contrario, la única fundación viable para la oposición al imperialismo en Irán y en el resto del mundo es la clase obrera.

La cuestión crítica es armar al creciente movimiento de la clase obrera iraní con la estrategia trotskista de la revolución permanente: para orientarse hacia y prepararse políticamente para la movilización de la clase obrera en lucha por el poder obrero y para unir a todos los trabajadores y las masas explotadas de Oriente Próximo— iraníes, árabes, kurdos, turcos e israelíes— con el movimiento de la clase obrera en Europa y América del Norte contra el imperialismo y la guerra.

La clase obrera iraní debe extraer las amargas lecciones de la Revolución de 1979. En los países históricamente oprimidos por el imperialismo, ninguno de los urgentes problemas que enfrentan las masas —incluyendo una independencia auténtica de la separación entre la iglesia y el Estado, el establecimiento de una igualdad genuina entre todas las nacionalidades y la abolición de toda discriminación comunal y garantizar los derechos sociales y la igualdad social para todos— pueden resolverse por fuera del establecimiento de la clase obrera como una fuerza política independiente en oposición al imperialismo y a todas las facciones de la burguesía, movilizando tras de ella a todos los explotados en una lucha por una república obrera socialista.


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