jueves, 22 de febrero de 2018

Las lecciones del 'Lunes Negro'

Barry Eichengreen, El Economista

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha visto con frecuencia en la evolución del mercado de valores un respaldo al programa económico de su Administración. Sin embargo, mientras que el Dow Jones Industrial Average (DJIA) ha subido aproximadamente un 30% desde su llegada a la Casa Blanca, el hecho de que el ascenso del mercado se deba a las políticas del presidente es incierto.

Lo que sí es cierto, como se nos ha recordado recientemente, es que lo que sube puede bajar. Al interpretar las fuertes caídas de las cotizaciones bursátiles y su impacto, muchos pensarán en 2008 y en las turbulencias del mercado que rodearon la declaración de quiebra de Lehman Brothers. Pero un precedente histórico mejor para las condiciones actuales es el Lunes Negro: 19 de octubre de 1987. Ese Lunes Negro fue muy importante: el colapso del 22,6% de los precios sigue siendo la caída porcentual más grande registrada en el Dow Jones en un día. El equivalente hoy sería unos 6.000 puntos en el índice. Además, la crisis de 1987 se produjo en el contexto del ajuste monetario por parte de la Reserva Federal de los Estados Unidos. Entre enero y octubre de 1987, la Fed elevó la tasa efectiva de los fondos federales en casi 100 puntos básicos, lo que hacía más caro pedir prestado y comprar acciones. En cambio, en el período previo a octubre de 2008, los tipos de interés cayeron bruscamente, reflejando un deterioro de la economía.

Esto no es así ahora, por supuesto, lo que hace de 1987 la mejor analogía. La crisis de ese año también se produjo en un período de debilidad del dólar. A finales de la semana anterior, el secretario del Tesoro, James Baker, hizo algunas observaciones que fueron interpretadas como una amenaza para devaluar el dólar. Al igual que el actual secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, en Davos este año, Baker podría quejarse de que sus comentarios fueron sacados de contexto. Pero es revelador que la liquidación del Lunes Negro comenzó en el extranjero, en países que probablemente se verán afectados por la debilidad del dólar, antes de extenderse a los Estados Unidos. Finalmente, el comercio algorítmico jugó un papel importante.

Los algoritmos en cuestión, desarrollados en la Universidad de California en Berkeley, eran conocidos como seguros de cartera. Utilizando el modelado computarizado para optimizar la relación entre acciones y efectivo, se les dijo a los inversionistas que redujeran el peso de las acciones en los mercados en caída, como una forma de limitar el riesgo a la baja. Estos modelos alentaron a los inversores a vender en un mercado débil, ampliando las oscilaciones de precios. Aunque se discute el papel del seguro de cartera, es difícil ver cómo el mercado podría haber caído tanto sin su influencia. El comercio algorítmico del siglo XXI puede ser más complejo, pero también tiene consecuencias imprevistas y puede amplificar la volatilidad. A pesar del drama de Wall Street en 1987, el impacto sobre la actividad económica fue silenciado. El gasto de los consumidores cayó bruscamente en octubre, debido a los efectos negativos sobre la riqueza y al aumento de la incertidumbre, pero se estabilizó y recuperó rápidamente, mientras que el gasto en inversión permaneció prácticamente inalterado.

¿Qué explica esas consecuencias limitadas? En primer lugar, la Fed, bajo su flamante presidente, Alan Greenspan, aflojó la política monetaria, asegurando a los inversores que el colapso no crearía serios problemas de liquidez. La volatilidad de los mercados disminuyó, al igual que la incertidumbre asociada, lo que reforzó la confianza de los consumidores. Segundo, el colapso no desestabilizó las instituciones financieras de importancia sistémica. Los grandes bancos centrales habían utilizado los cinco años transcurridos desde el estallido de la crisis de la deuda latinoamericana para fortalecer sus balances.

Aunque la crisis de seguros de ahorro de segunda mano (savings & loan) continuó a fuego lento, las S&Ls -instituciones financieras de ahorros y préstamos o de segunda mano- eran demasiado pequeñas, incluso como grupo, para que sus problemas impactaran en la economía de manera significativa. Entonces, ¿cuáles serían los efectos de un crash análogo hoy en día? Actualmente, el sistema bancario estadounidense parece lo suficientemente robusto como para absorber la tensión. Pero sabemos que los bancos que están sanos cuando el mercado está subiendo pueden enfermarse rápidamente cuando se invierte la tendencia. Los movimientos del Congreso para debilitar la Ley Dodd-Frank, aliviando a muchos bancos del requisito de someterse a pruebas regulares de estrés, sugieren que esa robusta salud no debe darse por sentada. Además, hoy en día hay menos margen para recortar los tipos de interés que en 1987, cuando la tasa de los fondos federales superaba el 6% y la tasa de interés preferencial aplicada por los grandes bancos sobrepasaba el 9%. Sin duda, si el mercado cayera bruscamente, la Reserva Federal activaría el Greenspan-Bernanke Put, proporcionando grandes cantidades de liquidez a intermediarios en dificultades. Pero si la Fed de Jay Powell respondiera de forma tan creativa como la de Bernanke en 2008 -por ejemplo, la concesión de préstamos back-to-back a bancos no miembros en crisis- es una cuestión sin concretar.

Mucho dependerá, finalmente, de la reacción del presidente. ¿Responderá Trump como Roosevelt en 1933, tranquilizando al público, asegurando que a lo único que tenemos que temer es al miedo mismo? ¿O buscará a alguien a quien culpar por el colapso de su indicador económico favorito y atacará a los demócratas, los gobiernos extranjeros y la Reserva Federal? Un presidente que juega a culpar a otros solo agravaría aún más el problema.

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