martes, 12 de diciembre de 2017

La falta de vivienda, uno de los muchos inevitables subproductos del capitalismo

Mientras el sistema capitalista de producción continúe existiendo, es insensato esperar una solución aislada a la cuestión de la vivienda ni ninguna de las otras cuestiones sociales que afectan al destino de los trabajadores. (Friedrich Engels, 1872)
La falta de vivienda existe no porque el sistema no funcione; es la forma en que este funciona. (Peter Marcuse)

Gus Bagakis, Truthout

La vivienda es la precondición necesaria para la seguridad, la identidad, el bienestar emocional, el trabajo, el tiempo libre y la comunidad. La mayor condena que pueda hacerse al capitalismo es su incapacidad de proporcionar vivienda adecuada a quienes producen la riqueza; la clase trabajadora. La alta proporción de personas de color que no tienen un techo da cuenta de la línea divisoria entre los blancos de la clase trabajadora y aquellos que no lo son, línea divisoria que se basa en el legado histórico del racismo y de la construcción de capitalismo como superación de la esclavitud. La explicación de la clase gobernante se basa en la culpabilización de las víctimas, alegando que quien sufre la falta de vivienda de alguna manera es incompetente. Otras explicaciones más inteligentes –aunque incompletas– apuntan a la escasez de vivienda accesible, la privatización de los servicios públicos, la especulación inmobiliaria, la deficiente planificación urbana, lo mismo que la pobreza y la desocupación.

En realidad, el temor inducido por la falta de vivienda ayuda a mantener el poder del capitalismo. En los tiempos del capitalismo industrial, el desempleado era utilizado por la clase gobernante capitalista para señalar a los trabajadores que eran afortunados por tener un trabajo, y que si se rebelaran podían quedarse sin empleo, Hoy en día, después de la recesión de 2007 y 2008, a medida que avanzamos en el capitalismo post-industrial, los sin techo constituyen una advertencia para aquellos trabajadores que podrían rebelarse descontentos por la pérdida de su salario, su carencia de estabilidad y de beneficios, y para los estudiantes de la generación cero –cero empleo, cero esperanza, cero posibilidades–, endeudados para pagar sus estudios universitarios. El mensaje es: acepta la situación de deterioro o acabarás siendo un sin techo.

Los medios informan cada día de la “crisis” de la vivienda. El uso de la palabra “crisis” implica que la inseguridad en materia de vivienda y la falta de ella son una anormalidad, una anomalía temporal dentro de un estándar tolerable. Actualmente, el término “crisis” se utiliza para expresar lo que vive la desvastada clase media actual, una consecuencia de la recesión de 2007 y 2008. Pero para la clase trabajadora, la de bajos ingresos y las comunidades de color, la “crisis de la vivienda” es lo normal. En un estudio reciente, se constató que en ningún sitio de Estados Unidos, alguien que trabaje 40 horas semanales con el salario mínimo federal (7,25 dólares por hora) puede acceder al alquiler medio de mercado de un apartamento de un dormitorio. La vivienda y la falta de ella han sido problemas históricos de los pobres y la clase trabajadora. Incluso en el comienzo del capitalismo en Inglaterra, los campesinos fueron expulsados de su tierra y forzados a desplazarse a las superpobladas ciudades y vender su capacidad de trabajo en las nuevas fábricas para sobrevivir, con el resultado de la creación de barrios insalubres, las ocupaciones y la falta de vivienda.

Para enfrentar a la actual crisis habitacional, el gobierno de Estados Unidos y las comunidades locales crearon programas de ayuda, a pesar de que debido a los recortes por austeridad los fondos asignados son cada vez más reducidos. Algunos de esos intentos son útiles, pero la mayoría son insuficientes o incluso ilusorios. El punto de vista dominante es que el sistema de alojamiento es temporalmente defectuoso pero puede resolverse mediante un enfoque específico. Muchos programas de vivienda para los sin techo andan a la caza de medidas “exitosas”. Pero si son examinados más detenidamente, la imagen que dan no es tan positiva. Por ejemplo, Utah informó de una reducción del 91 por ciento en la escasez crónica de viviendo, pero cuando se investigó más, se supo que esa cifra era falsa y respondía a cambios en la forma de contar a las personas. Cuando se trata de convencer a quienes viven en la calle de que acudan a un refugio, la ciudad de Nueva York tiene un índice de fracaso del 99 por ciento. En 20 años, San Francisco no redujo notablemente el problema de la falta de vivienda. Los intentos de Los Ángeles fracasaron año tras año.

En realidad, un análisis del capitalismo demuestra que el gobierno, controlado por los poderosos grupos de presión de las corporaciones, utiliza la política habitacional para proteger la estabilidad política y el mantenimiento de la acumulación del beneficio privado. En las últimas décadas, las políticas de vivienda han apuntado sobre todo al fomento de la compra de unidades habitacionales por parte de las personas de clase media, otorgándoles la posibilidad de –en el marco del “sueño americano”– que alinearan sus intereses con los de los sectores inmobiliario y bancario, los que pudieron aumentar el precio de la propiedad, mientras se deterioraban los planes para paliar la falta de vivienda. La construcción de viviendas accesibles para las personas de bajos ingresos y quienes podían convertirse en ‘sin techo’ no es tan lucrativa como la de la construcción de casas para la gente adinerada.

El mercado de la vivienda se derrumbaría si el techo fuera abundante y accesible para todo el mundo. En el libro Defense of Housing: The Politics of Crisis (Defensa de la vivienda: la política de la crisis), sus autores demuestran que los proceso de desregulación y de financiarización, entrelazado uno con otro, transforman los hogares –un espacio vital– en bienes raíces, una mercancía manejada por inversores, bancos e incluso algunos gobiernos locales. Esto ocurre porque el derecho a una vivienda adecuada no existe en nuestra Constitución ni en la legislación federal. Si la vivienda fuese un derecho y no una mercancía, el techo desaparecería del mercado.

El contraste con la falta de vivienda en Cuba es llamativo; allí no existe un importante problema de carencia de vivienda. Es un contraste entre Estados Unidos, una sociedad rica basada en el beneficio (el capitalismo) y una sociedad más basada en el bien común. En Estados Unidos, en realidad somos rehenes del capitalismo, un sistema económico basado en el trabajo asalariado, en la propiedad y el control de los medios de producción en manos de particulares y en la producción de artículos para el beneficio económico, mientras una minúscula elite corporativa utiliza su riqueza y poder político para la dominación. En realidad, las consecuencias de esta dominación son que los más pobres no pueden acceder a la vivienda y acaban en la calle debido a la desigualdad ocasionada por el capitalismo.

Dos ejemplos de la perpetuación del problema de la falta de vivienda en Estados Unidos bajo el capitalismo son Detroit y la zona de la bahía de San Francisco, incluyendo Silicon Valley.

La –desde el punto de vista de la economía– vibrante zona de la bahía de San Francisco ha vivido un crecimiento récord de los precios de la vivienda y un significativo incremento en el número de las personas sin techo y los campamentos. Algunos estudios han asociado las causas de esta situación con las políticas gubernamentales. Hay cinco causas fundamentales: 1) los recortes en los programas para la vivienda accesible, que empezaron durante la administración Reagan; 2) el aumento de los alquileres en un momento en el que los ingresos no crecían en concordancia; 3) la oferta de viviendas no se mantuvo a la par con el crecimiento de la población; 4) el recorte de la protección social, gracias a la ley de “Responsabilidad personal y conciliación de oportunidades de trabajo” promulgada por el presidente Bill Clinton, que daba a los estados la potestad de imponer normas más estrictas de elegibilidad y limitaba a cinco años las ayudas familiares; y 5) el deterioro del valor de los beneficios otorgados a los estadounidenses de menores ingresos.

En la –desde el punto de vista de la economía– deprimida Detroit, la subcontratación y la automatización contribuyeron a la destrucción del mercado de trabajo. La mayor parte de la fuerza de trabajo que permaneció en pie, de estar en un entorno de alta productividad y clase media bien remunerada pasó a trabajar en el servicio doméstico mal remunerado. Muchos trabajadores que habían perdido su empleo perdieron también su casa. Para encontrar trabajo, algunos se mudaron a otros sitios. Actualmente, el mercado de la vivienda de Detroit está en continua fluctuación, algunos grupos hablan de éxitos; por ejemplo, con las “viviendas diminutas” para las personas sin techo, pero a menudo los trabajadores no cuentan con dinero necesario para pagar las nuevas viviendas. El resto de ellos se enfrenta con empleos mal pagados o la pérdida del que tienen, la pérdida de su casa y ninguna perspectiva de volver a tener una vida digna.

El capitalismo va donde haya beneficio económico. En los años sesenta y setenta del pasado siglo, el sitio era Detroit, la capital mundial del automóvil; ahora se ha asentado en Silicon Valley. Cuando Detroit estaba floreciendo, los políticos de Estados Unidos llevaban allí con orgullo a los visitantes de todo el mundo para presumir con el éxito del capitalismo. Hoy es una ciudad destruida; solo en la zona central muestra una engañosa imagen de los días de gloria, dando la ilusión de que Detroit ha regresado a los negocios. En cambio, Silicon Valley está lleno de oportunidades de beneficio económico; es un centro de creatividad en el que la vida es relajada y abundan los hermosos edificios y los campus universitarios, casi una ciudad para turistas que vuelan en primera clase y destino de visitantes de todo el mundo; un reflejo de la vieja Detroit de los obreros. Dado que el capitalismo está impulsado por el beneficio económico no se hace responsable de quienes no tienen casa, de los trabajadores despedidos, de las fábricas abandonadas ni de los vertidos tóxicos. Podemos imaginar qué aspecto tendrá Silicon Valley cuando decaiga el imperio estadounidense y el centro del capitalismo se traslade a otro lugar, probablemente a China.

Entonces, ¿qué podemos hacer por las personas sin techo de Estados Unidos? En el corto plazo, debemos continuar tratando de encontrar la forma de conseguirles un refugio y apoyar a las organizaciones comunitarias que están trabajando en ese sentido. Además, como decía Engels, también debemos obsrvar la falta de vivienda desde el contexto político-económico más general, y verlo como una consecuencia inevitable del capitalismo. En el largo plazo, debemos utilizar lo que sabemos sobre la forma en que el capitalismo determina la economía, la cultura y nuestra mente, mientras organizamos el cambio de ese sistema hacia un sistema comunitario, democrático y sustentable que sirva a las necesidades humanas en lugar del beneficio económico privado..Para lograr este objetivo podemos, por ejemplo, hacer causa común con otras campañas “específicas” (“Black Lives Matter” (La vida del negro importa), los derechos de las mujeres, la pobreza, el cambio climático, el antiimperialismo, la salud para todos, los derechos de los pueblos originarios, la igualdad LGBTQ, los derechos ciudadanos, el medioambiente, los sindicatos, etc.) al mismo tiempo que trabajamos en la dirección de la larga y difícil tarea de acabar con el capitalismo.
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Traducido para Rebelión por Carlos Riba García

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