jueves, 1 de septiembre de 2016

Y hubo golpe en Brasil


Emir Sader, Público

El sueño que la derecha brasileña tenía desde 2002 se ha hecho por fin realidad. En 2005 ya intentó derrocar a Lula con un proceso de impeachment que no prosperó. En 2006, 2010, 2014 fue derrotada en las urnas. Ahora ha encontrado la fórmula apropiada para acabar con los Gobiernos del PT, sobre todo cuando sabía que seguiría perdiendo elecciones con Lula como próximo candidato.

Ha sido a través de un golpe blando tras los experimentos exitosos de Honduras y Paraguay. Derrotada en cuatro elecciones consecutivas, la derecha brasileña organizó un impeachment sin ningún fundamento, contando con la traición del vicepresidente Michel Temer, elegido dos veces con el programa del PT, pero dispuesto ahora, ya como nuevo presidente, a aplicar el programa de recortes derrotado cuatro veces en las urnas.

Valiéndose de la mayoría parlamentaria elegida, en gran medida, con los recursos financieros de Eduardo Cunha, el reconocido unánimemente como el más corrupto entre todos los corruptos de la política brasileña, la derecha ha tumbado a Dilma Rousseff, una presidenta reelegida por 54 millones de brasileños, sin que se presentaran verdaderos argumentos para el impeachment. Es el nuevo modo de golpe de Estado que la derecha ha configurado en América Latina.

Es cierto que la democracia no tiene una larga tradición en Brasil. En las últimas nueve décadas, sólo ha habido tres presidentes no militares, elegidos por el voto popular, que han concluido sus mandatos. A lo largo de casi tres décadas no ha habido presidentes escogidos en elecciones democráticas. Desde 1930, lo que es considerado el Brasil contemporáneo, con la revolución de Vargas, la mitad del tiempo se han sucedido presidentes salidos del voto popular con presidentes que no han sido elegidos. Recientemente, Brasil sufrió una dictadura militar que duró 21 años, más otros cinco de Gobierno de Jose Sarney, que no fue elegido en las urnas, sino por un Colegio Electoral nombrado por la dictadura, lo que suman 26 años seguidos sin presidentes elegidos democráticamente.

Sin embargo, en este siglo Brasil estaba viviendo una democracia con contenido social, aprobada por la mayoría de la población en cuatro elecciones sucesivas. Y, precisamente, cuando la democracia estaba ganando consistencia, la derecha ha demostrado que es algo que no puede soportar. Es lo que ha pasado con el golpe blando actual, institucional o parlamentario, pero golpe al fin y al cabo. En primer lugar porque no se han dado argumentos sólidos para suspender a Dilma Rousseff. En segundo, porque el vicepresidente, todavía como interino, empezó a poner en marcha no el programa con el cual había sido y elegido, sino el programa de la derecha, derrotado cuatro veces en las urnas. Es un verdadero asalto al poder por parte de los políticos corruptos más descalificados que ha tenido Brasil. Políticos que han perdido elecciones de forma sucesiva, se convierten ahora en ministros o en presidente de la Cámara de Diputados, lo cual no sería posible por el voto popular, sólo por un golpe.

¿Qué es lo que espera a Brasil ahora? En primer lugar, una inmensa crisis social. La economía, en recesión desde hace por lo menos tres años, sufrirá los efectos del peor ajuste fiscal que el país ha conocido. El fantasma de la estanflación se vuelve realidad. Un Gobierno sin legitimidad popular, aplicando un duro ajuste en una economía en recesión, va a provocar la peor crisis económica, social y política del país. El golpe no es el final de la crisis, sino su profundización.

La suspensión de Dilma Rousseff es una derrota, la conclusión del período político iniciado con la primera victoria de Lula, en 2002. La derecha, aunque haya controlado el control del Estado, tiene muy poca fuerza para consolidar su Gobierno. Se enfrentará no sólo a la crisis, sino también a un movimiento popular revigorizado y al liderazgo de Lula. Brasil volverá ser un escenario de grandes disputas políticas. El Gobierno golpista intentará llegar a 2018 con el país deshecho, intentado impedir que Lula se convierta en candidato a la Presidencia y reprimiendo las movilizaciones populares. El movimiento popular, por su parte, debe ahora reformular su estrategia, desarrollar nuevas fórmulas amplias y combativas de movilización para que el Gobierno golpista sea un paréntesis más en la historia de Brasil.

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