miércoles, 20 de julio de 2016

El fallido intento de golpe en Turquía, ¿una victoria de la democracia?


Zeynep Gambetti, Open Democracy

Las imágenes de la evacuación de los soldados que habían ocupado los estudios de la CNN turca ilustra perfectamente la atmósfera hiperreal que marcó el quinto intento de golpe en la historia de la República Turca (cuatro de los cuales tuvieron éxito). A primeras horas del 16 de julio unos cuantos soldados habían parado las emisiones de la CNN turca. Una gran multitud de civiles se reunió fuera de los estudios para protestar. Cuando los soldados se acabaron rindiendo, los agentes de policía leales al gobierno del AKP estaban desbordados, eran incapaces de detener a la muchedumbre e impedir que se linchara a los soldados, lo que demuestra que aquella noche se borraron las delgadas líneas que separan autor y víctima, autoridad del Estado y poder de la muchedumbre. ¿Quién era el agresor y quién la víctima? ¿Quién protegía a quién? ¿De quién?

De hecho, se puede plantear las mismas preguntas respecto al propio golpe. En cuanto un par de vehículos militares cortó el tráfico del puente del Bósforo a última hora del viernes, el primer ministro calificó este hecho de “rebelión de una facción del ejército”. Para aquellas personas que habían sido testigo de los golpes de 1980 y 1997 estaba claro que, en efecto, se trataba de una facción, de lo contrario todas las calles principales habrían estado atestadas de tanques. Pero con la misma rapidez los usuarios de las redes sociales se preguntaron si se trataba de un genuino golpe o si había sido orquestado por el AKP para aumentar la popularidad del presidente Recep Tayyip Erdogan.

Se especuló sobre la posibilidad de que aunque el gobierno estaba al tanto del intento, permitó que se llevara a cabo. Se dice que los servicios secretos turcos habían filtrado la lista de los oficiales del ejército que había que purgar del ejército el próximo mes agosto para obligarles a participar en un intento kamikaze de último recurso con el fin de evitar la cárcel. El hecho de que Erdogan calificara el golpe de “bendición para purgar el ejército” avivó las sospechas. Se sigue ignorando el paradero de los aviones de combate F-16 que supuestamente amenazaron el avión privado de Erdogan y volaron amenazadoramente sobre las megápolis de Estambul y Ankara. Así pues, al tiempo que los medios de comunicación retransmitían en directo el golpe se fundían credulidad e incredulidad para borrar una vez más la delgada línea entre verdad y engaño.

La razón de que el golpe (que fue genuino) fuera y no fuera una sorpresa es que el AKP lleva una década preparando al público para un golpe. En 2012 se emprendieron importantes purgas entre las filas del ejército para eliminar a posibles golpistas. Lo irónico es que el movimiento de Fethullah Gülen, que supuestamente está detrás de este último golpe, fue en su momento aliado del AKP y ayudó a sustituir a los oficiales purgados por otros adeptos al gobierno, incluidos sus propios adeptos. Cuando Gülen cayó en desgracia, sus seguidores se convirtieron en sospechosos de formaban un “Estado paralelo” para desbancar al AKP. La alianza entre el AKP y Gülen, que en un principio pretendía frenar el poder de las Fuerzas Armadas en Turquía y librar a las instituciones del Estado de su dogmática inclinación laica, se desintegró en una política de sospechas. El término “golpe” se asoció a diferentes acontecimientos, como la ocupación del Parque Gezi o una serie de acusaciones de corrupción contra ministros del AKP y el propio hijo de Erdogan en 2013.

Se ha convertido en costumbre el buscar una razón oculta tras cada uno de los pasos administrativos o legales de las autoridades públicas: ¿son los hombres de Gülen los que obstaculizan a Erdogan o todo lo contrario? De hecho, el golpe del 15 de julio es la culminación de un Estado de excepción que se ha convertido en norma. La confianza en las instituciones, cargos y discursos públicos se ha deteriorado enormemente a consecuencia de las luchas de poder, de las operaciones encubiertas y de objetivos oscuros. Este cisma que no solo polariza a la opinión pública sino que también fomenta la paranoia y la inseguridad que ha permitido en gran parte que Erdogan acumule todos los poderes en su persona sin obstáculo alguno.

El intento de golpe dejó más de 160 muertos y miles de heridos en una sola noche, pero no encontró prácticamente ninguna base de apoyo en la sociedad. La única nota positiva en este sentido es que no parece que ninguna parte del dividido panorama ideológico de Turquía desee nunca más un golpe. Sin lugar a dudas este no era el caso cuando el AKP llegó al poder en 2002. Los republicanos siempre han considerado a las Fuerzas Armadas el garante del régimen laico. La semana pasada, multitud de civiles hicieron frente a la artillería pesada para tomar las calles y lograron detener a los golpistas. Así pues, la pregunta crucial es si esto supone o no una victoria de las fuerzas democráticas en Turquía.

¿Qué es la democracia?

Evidentemente, hay mucho que celebrar cuando los civiles arriesgan sus vidas para hacer frente a los ejércitos. Desde Tiananmen a Tahrir, la aspiración colectiva a determinar el propio destino es una aspiración democrática, no en el sentido del procedimiento, sino en el sustancial. Un golpe militar es ante todo un ataque frontal a esta aspiración, niega la libertad y al propio gobierno mucho más que la ley. Pero el caos del último golpe en Turquía (reflejo del caos de la escena política) exige un ejercicio de precaución al utilizar conceptos tan abstractos como “democracia”.

La gente sí salió a la calle, pero sólo cuando fue inducida por Erdogan, el líder autoritario aunque carismático que sabemos que es, y después de darse cuenta de que no era un golpe en toda regla. El llamamiento de Erdogan fue acompañado del sonido de los almuecines durante toda la noche que gracias a la red de altavoces de los minaretes incitaron a la gente a proteger al presidente y al gobierno en nombre de Alá y del Corán. La multitud coreaba “Allah-u akbar” cuando obligaba a los tanques a retirase. Luego llegaron los excesos y el respaldo oficial (en particular, del primer ministro) al “deseo de la gente de llegar incluso a querer linchar a los golpistas”. La apelación a la “voluntad del pueblo”, encarnada por el propio Erdogan como presidente electo, se mezcló con la petición de salvar el AKP de los partidarios de Gülen. No está en absoluto claro si la muchedumbre que golpeaba a los soldados en las calles estaba “protegiendo la democracia” o a su líder, su patria y la causa del APK. Continúa el llamamiento a la movilización y se ha informado de que la muchedumbre ha atacado barrios a leuíes y sirios en diferentes partes del país.

En Turquía se tiende a equiparar la “democracia” con el mayoritarismo y una lógica casi orwelliana de reversibilidad apoya que se vacíen de contenido los principios universales. En este sentido desempeña un papel fundamental la capacidad retórica de Erdogan de convertir todo lo universal en particular y viceversa. El aliado de ayer se puede convertir en el enemigo de hoy, una reivindicación democrática legítima se puede desacreditar afirmando que se hace de mala fe y una clara violación de la ley por parte del gobierno se puede disfrazar de requisito para la estabilidad del régimen o para la prosperidad nacional. Defendido como la encarnación de la “democracia real” (en oposición al campo restringido de los derechos y libertades bajo el gobierno republicano), el AKP resultó ser igual de malo en lo que se refiere a su trayectoria de derechos humanos. Por medio de un discurso partidario y afectivo se puede deslegitimizar todo tipo de oposición o disidencia. La costumbre del gobierno de no respetar las estipulaciones legales y las decisiones judiciales en nombre de la “voluntad del pueblo” deforma de manera alarmante el proceso de democratización.

Diferentes analistas locales e internacionales expresan su temor de que el fracaso del golpe bloquee aún más las posibilidades de recuperar lo que queda de las instituciones turcas. En efecto, además de casi 3000 oficiales superiores y soldados detenidos por haber conspirado supuestamente para derrocar al gobierno, casi 3000 jueces y fiscales (incluidos dos miembros del Tribunal Constitucional) fueron puestos bajo custodia o suspendidos de sus funciones el día después del intento de golpe. A pesar de que irónicamente en su momento el AKP apoyara con entusiasmo su presencia en el aparato judicial, además de beneficiarse de ello, se les acusó de apoyar a Gülen. Ahora se han convertido en un obstáculo para el deseo del gobierno de controlar totalmente el funcionamiento de los tribunales. Y lo que es más, el Consejo Superior de Educación va a convocar la semana que viene a los rectores de todas las universidades de Turquía para pedir su colaboración en la caza de brujas contra los profesores gülenistas. La disparatada enormidad de estas purgas demuestra que Erdogan está dispuesto a cumplir su promesa de tomar drásticas medidas contra el “Estado paralelo” utilizando la defensa de la democracia como justificación.

Can Dündar, un periodista que está siendo juzgado por sacar a la luz un envío de armas a grupos rebeldes en Siria en camiones pertenecientes a los servicios secretos turcos, comentaba con razón en un tweet que en la historia turca los golpes militares siempre han fracasado en lo que se refiere a su intencionalidad política. Los golpes refuerzan el autoritarismo civil en vez de promover la exigencia de derechos y libertades. El golpe de 1980 llevó al líder comodín del partido, Turgut Özal, primero a ser primer ministro y luego a la presidencia. El ultimátum lanzado por las Fuerzas Armadas en 2007 para intimidar al AKP dio lugar a la presidencia de Abdullah Gül, uno de los fundadores del partido y anteriormente persona de confianza de Erdogan. Es probable que el golpe del 15 de julio allane el camino para la abolición del régimen parlamentario en favor de uno presidencial, sin el sistema de mecanismos de control y equilibrio de los poderes ejecutivos. En todo caso, para eso es para lo que ha estado presionando Erdoğan.

Hay una cosa clara: el escenario político turco avanza hacia un régimen de partido único. Esta es la política de las elecciones, en la que tanto la legitimidad como la permisividad se obtienen por el mero hecho de ser elegido. Sin verdadero debate, participación o respeto de la opinión minoritaria, las prácticas y los discursos políticos dejan pocas posibilidades de salida: los electores deben o bien apoyar al AKP o soportar la carga de ser cómplices de tramas para desestabilizar el país, negar la voluntad nacional y poner trabas al desarrollo económico.

El devastador golpe de 1980, más de cuarenta años de guerra contra los kurdos y el uso descarado que hace el AKP del discurso religioso y patriótico como excusa para aplastar rivales, amordazar a los medios de comunicación, intimidar a la academia y frustrar todos los demás obstáculos potenciales a sus ambiciones políticas han hecho que cunda el pánico moral. El deseo del “pueblo” de oponerse a la policía antidisturbios o a unidades del ejército que disparan contra civiles desaparece en cuanto este pueblo son manifestantes en el Parque Gezi o ciudadanos kurdos, por citar sólo dos casos importantes. Los antagonismos alimentados por el gobierno se convierten regularmente en lógica de guerra y entonces se puede matar con impunidad. El culto militarista al martirio que impregna a la sociedad turca sublima la idea de sacrificar la propia vida por una “causa sagrada”, una de las cuales es proteger al AKP. Resulta especialmente sorprendente que casi un año después del toque de queda impuesto de manera intermitente en varias de las provincias kurdas del sudeste de Turquía y el hecho de lanzar disparos de mortero contra barrios extremadamente poblados no haya provocado la indignación del resto del país. Hay que señalar que además de la maestría con la que el AKP maneja la retórica popular, la demolición de los espacios urbanos y los medios de vida en la región kurda se llevaron a cabo con la bendición de Estados Unidos y la Unión Europea, que apoyan el “derecho a luchar contra el terrorismo” de Turquía, una cortina de humo perfecta para las violaciones de los derechos humanos.

Para ser precisa, la oportunidad de poner freno al auge del autoritarismo se perdió después de las elecciones del 7 de junio de 2015. La actual política electoral no se basa en el respeto a los derechos, las libertades y el estado de derecho, ni en la aspiración de abrir espacios para dar cabida a las diferencias y a la participación en la toma de decisiones. Se basa meramente en la voluntad de la mayoría y del líder que la incorpora. Puede que no sean totalmente temerarios los comentarios de algunos analistas que compararon el bombardeo del parlamento [turco] la noche del golpe con el incendio del Reichstag. La clase dirigente del AKP también considera que el Parlamento está de más y que un presidente elegido popularmente sería suficiente para hacer de Turquía una democracia. Como señala mi colega Albena Azmanov, “asistimos, una vez más, al paradójico sacrificio de la democracia en el altar de la democracia, algo que el siglo XX europeo había dominado a la perfección antes de hacer la falsa promesa de ‘nunca más’.”
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Tomado de Rebelión. Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos.

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