domingo, 25 de octubre de 2015

Elecciones en Argentina ante la crisis que no fue

Alfredo Zaiat, Página 12

El día de la elección para elegir al próximo presidente se desarrolla en un clima económico no esperado por quienes se dedican a ofrecer a la sociedad pronósticos mayoritariamente equivocados. La población en edad de votar depositará el sobre en la urna sin la presencia de una crisis económica como deseaban algunos y promovían otros. La situación económica enfrenta tensiones (inflacionarias, cambiarias, fiscales y del sector externo) pero no está sumergida en una crisis que hubiera ayudado a sumar voluntades a las fuerzas políticas opositoras.

La apuesta principal a que durante estos meses se estuviera viviendo en un descalabro económico fue la del candidato Sergio Massa, quien reunió a un grupo de economistas conocidos para mostrar que estaría en condiciones de abordar la crisis que esos expertos adelantaban. Como esa previsión fue fallida, cambió su eje de campaña y se dedicó a postular propuestas regresivas y otras incumplibles.

Como las variables claves de la economía desafiaron otra vez los pronósticos negativos de sus asesores, el candidato Mauricio Macri terminó respaldando medidas centrales del kirchnerismo que antes rechazaba para seducir a un sector de la sociedad beneficiado por la actual política económica.

La economía creciendo a una tasa del 3 por ciento anual, la industria registrando una leve alza después de casi dos años de caída, la tasa de inflación desacelerándose y el desempleo en el 6,6 por ciento, terminó de convencer al candidato del oficialismo Daniel Scioli de reforzar su kirchnerismo. La orientación de la estrategia adelantada por sus economistas en algunos temas (tarifas, retenciones, tipo de cambio, buitres) no sería muy diferente a la que impulsaría el equipo de Axel Kicillof si continuara al frente del Ministerio de Economía.

Despejando el humo de la campaña electoral, el aspecto más relevante es entender por qué en estos meses no estalló una crisis económica cuando concurrían varias fuerzas, internas y externas, para que ese evento traumático sucediera. A nivel local, era esperable una agudización de la restricción externa (escasez de divisas) por la mayor presión en el mercado cambiario en un año de elecciones presidenciales y con la pérdida de reservas por el abultado vencimiento de la última cuota de amortización de capital más intereses del Boden 2015. La decisión política de acordar el swap (intercambio de monedas) con China por el equivalente a unos 11 mil millones de dólares, además de otras iniciativas para incentivar el ahorro en pesos (suba de la tasa de interés para depósitos a plazo), alivió un poco el frente cambiario. O sea, hubo medidas heterodoxas desafiando las propuestas tradicionales de los economistas de la city, lo que permitió transitar estos meses con el mercado cambiario relativamente bajo control.

Desde mediados del año pasado, el contexto internacional se presentó más complicado, lo que podía haber desembocado en una crisis, como en otros momentos de la historia económica: caída de los precios de las materias primas (1987-1989) durante el gobierno de Alfonsín o el efecto Tequila (1995) en la administración de Carlos Menem. Habría sido así si la decisión política hubiera sido aplicar la respuesta habitual de la ortodoxia ante shock externos, que no es otra que el ajuste. El frente externo era complejo por la extorsión de los fondos buitre, la caída de la economía de Brasil y el mediocre comportamiento del comercio internacional. La gestión de gobierno en materia económica eludiendo el ajuste ha podido neutralizar el impacto negativo del frente externo. La expansión fiscal y monetaria sumada al impulso de la demanda interna tuvo como saldo una economía con una leve tendencia positiva, que comparada con el retroceso que están registrando otros países de la región adquiere mayor relevancia. O sea, el sendero de la heterodoxia con iniciativas contracíclicas evitó que en estos meses se estuviera desplegando una economía en crisis. No fue por una alquimia espiritual sino que fue fruto del manejo de la economía con criterios alejados de los que repiten incansablemente analistas y economistas del establishment.

En esa tarea de no admitir que se equivocan en el diagnóstico y en el posterior pronóstico, y para minimizar la capacidad de la actual tarea del equipo económica para evitar una crisis y, en especial, para mantener con signo positivo variables claves del bienestar general, ahora postulan que esa estrategia sólo ha profundizado desequilibrios y que la bomba estallará el próximo año. Como es de esperar a partir de ese dictamen, proponen el ajuste. Es lo mismo que han repetido durante años sin éxito y es lo que han postulado los hombres de negocios en el reciente Coloquio de IDEA, en una prueba más que los miembros del establishment poco han cambiado en estos años donde han ganado muchísimo dinero con una economía heterodoxa. Resulta un interesante ejercicio explorar las probables razones de ese comportamiento del mundo empresario, que aspira y financia el regreso a políticas económicas de ajuste.

Una posible para avanzar en el intento de comprender esa conducta es que sectores empresarios apoyan políticas expansivas cuando la crisis pone en riesgo su tasa de ganancia. Pero cuando la economía alcanza casi el pleno empleo y, por consiguiente, aumenta el poder de negociación de los trabajadores que permite cuestionar esos márgenes de rentabilidad, quieren el ajuste económico para que su resultado (aumento del desempleo y caída de la actividad) equilibre la relación de fuerza en la disputa por el reparto del ingreso. Por ese motivo la apelación a lo mucho que ganaron durante el kirchnerismo o por qué si les fue tan bien en estos años rechazan la intervención del Estado en la economía promoviendo el pleno empleo y la fortaleza de la demanda interna no tiene efectividad. Para sectores empresarios lo mucho que ganaron es pasado y ya lo tienen contabilizado; lo que les inquieta es que por ese camino su tasa de rentabilidad será disputada cada vez con mayor intensidad. Entonces están convencidos de que apoyando las políticas de ajuste defienden su parte de la torta de la riqueza y a la vez aspiran de ese modo a incrementarla. Esto puede ser cierto para las grandes compañías y grupos concentrados; no lo es para el pequeño y mediano productor, industrial o comerciante.

Otra interpretación es que gran parte de los integrantes del establishment es de ideología de derecha, e independientemente del análisis material sobre la evolución de su negocio apoyan la estrategia económica de candidatos que representan esa corriente política. El recibimiento con fervor tributado a Mauricio Macri en el Coloquio de IDEA es una prueba de esa fidelidad ideológica.

Una razón poco mencionada en los análisis acerca de la posición que el empresariado asume en relación a la orientación económica refiere a la extraordinaria cantidad de capitales que sus miembros tienen en el exterior. Una estimación conservadora –datos del Indec– la calcula en unos 230 mil millones de dólares y la realizada por investigadores locales y del exterior sobre el tema la elevan a casi 400 mil millones de dólares. Esta magnitud de capitales fugados ha ido constituyendo la conciencia y la conducta de la mayoría de los empresarios puesto que una crisis provocada por una brusca devaluación (medida que proponen) no los terminaría afectando en gran medida. Si bien el resultado sería una caída de la economía impactando negativamente en su actividad (como vimos, el ajuste recesivo les permitiría disciplinar reclamos de los trabajadores), por otro lado se beneficiarían por el efecto riqueza medido en moneda doméstica por el capital radicado en el exterior. Entonces una política económica de ajuste no los inquieta porque en realidad, con los activos en dólares o propiedades fuera del país, han escindido su destino patrimonial del desarrollo nacional.

Por último, en la tarea de descifrar la vocación apasionada por el ajuste de los hombres de negocios no hay que descartar el factor CCL: no se trata del contado con liquidación para la fuga de capitales, sino que se trata de la Capacidad de Comprensión Limitada acerca de la dinámica económica nacional e internacional.

Pueden ser una o todas juntas esas cuatro razones ordenadas de mayor a menor relevancia, pero lo que no hay dudas es que la próxima administración se enfrentará con un empresariado que en su mayoría prefiere el ajuste. Frente a esa presión, la gestión económica durante el kirchnerismo es un valioso aprendizaje para no caer en la trampa Dilma: sumergir a la economía en una crisis aplicando un ajuste ortodoxo afectando el bienestar general para satisfacer los deseos del mundo financiero y empresario.

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