martes, 23 de junio de 2015

El final de juego en Grecia

Jeffrey Sachs, Project Syndicate

Después de meses de discusiones, la hora de la verdad entre Grecia y sus acreedores europeos se estancó en una deliberación sobre pensiones e impuestos. Grecia se niega a ceder a las demandas de sus acreedores de un recorte de los pagos a los pensionados y un aumento del impuesto al valor agregado sobre sus medicamentos y electricidad.

Las demandas de Europa -ostensiblemente destinadas a asegurar que Grecia pueda pagar su deuda externa- son petulantes, ingenuas y fundamentalmente autodestructivas. Al rechazarlas, los griegos no están jugando; están intentando sobrevivir.

No importa lo que se pueda decir sobre las políticas económicas pasadas de Grecia, su economía poco competitiva, su decisión de unirse a la eurozona o los errores que cometieron los bancos europeos cuando le otorgaron a su gobierno un crédito excesivo, la situación económica del país es sombría. El desempleo se mantiene en el 25%. La desocupación entre los jóvenes está en un 50%.

Es más, el PIB de Grecia se ha achicado un 25% desde el inicio de la crisis en 2009. Su gobierno es insolvente. Muchos de sus ciudadanos sufren hambre.

Las condiciones en Grecia hoy se asemejan a las de Alemania en 1933. Por supuesto, la Unión Europea no tiene que temer el ascenso de un Hitler griego, no sólo porque podría fácilmente aplastar un régimen de esas características, sino también -y más importante- porque la democracia de Grecia demostró ser extraordinariamente madura durante la crisis. Pero hay algo a lo que la UE sí debería tenerle miedo: la indigencia al interior de sus fronteras y las consecuencias perniciosas para la política y la sociedad del continente.

Desafortunadamente, el continente sigue dividido por líneas tribales. Los alemanes, finlandeses, eslovacos y holandeses -entre otros- no tienen tiempo para el sufrimiento de los griegos. Sus líderes políticos se ocupan de los suyos, no de Europa en ningún sentido verdadero. El alivio para Grecia es una cuestión especialmente tensa en países donde partidos de extrema derecha están en ascenso o los gobiernos de centroderecha enfrentan una oposición popular de izquierda.

Sin duda, los políticos europeos no son ciegos a lo que está sucediendo en Grecia. Tampoco han adoptado una actitud completamente pasiva. Al inicio de la crisis, los acreedores europeos de Grecia rechazaban el alivio de la deuda y cobraban tasas de interés punitivas sobre los fondos de rescate. Pero, conforme se intensificó el sufrimiento de los griegos, los responsables de las políticas económicas presionaron a los bancos del sector privado y otros tenedores de bonos para dar por perdidos la mayoría de sus reclamos. En cada etapa de la crisis, hicieron solamente lo que creían que toleraría su política nacional -no más.

En particular, los políticos de Europa se oponen a medidas que involucren directamente a los contribuyentes. El gobierno griego le ha pedido a Europa que cambie las deudas existentes por deudas nuevas para fijar tasas de interés bajas y vencimientos a más largo plazo. También ha solicitado que los pagos de intereses estén asociados al crecimiento económico. (Curiosamente no ha exigido recortes en el valor nominal de su deuda).

Pero un alivio de la deuda de estas características frente a los gobiernos europeos o el Banco Central Europeo siempre se mantuvo fuera de la mesa de conversaciones. Estas medidas probablemente requerirían votaciones parlamentarias en países de la eurozona, donde muchos gobiernos enfrentarían una intensa oposición pública -no importa cuán obvia sea la necesidad.

En lugar de confrontar los obstáculos políticos, los líderes de Europa se esconden detrás de una montaña de retórica beata y absurda. Algunos insisten con que Grecia termine su programa de pago, sin importar las consecuencias humanitarias y económicas -para no mencionar el fracaso de todos los gobiernos griegos anteriores a la hora de cumplir con sus términos-. Otros pretenden preocuparse por los posibles daños morales causados por el alivio de la deuda, a pesar del hecho de que la deuda del sector privado del país ha sido cancelada ante la insistencia de la UE, y de que hay decenas, si no cientos, de antecedentes para reestructurar las deudas de los países soberanos insolventes.

Hace casi un siglo, al final de la Primera Guerra Mundial, John Maynard Keynes pronunció una advertencia que todavía sigue siendo sumamente relevante hoy. Entonces, como ahora, los países acreedores (principalmente Estados Unidos) exigían que los países altamente endeudados saldaran sus deudas. Keynes sabía que una tragedia estaba en ciernes.

"¿Querrán los pueblos descontentos de Europa, en la generación venidera, ordenar sus vidas en tal forma que una parte apreciable de su producción diaria se dedique a hacer un pago externo?", preguntaba en Las consecuencias económicas de la paz. "En una palabra, no creo que ninguno de estos tributos se siga pagando más que, en el mejor de los casos, unos pocos años"

. Varios países europeos ahora parecen contentos de obligar a Grecia a entrar en default y provocar su salida del euro. Creen que los efectos colaterales se pueden contener sin pánico o contagio. Esta es una expresión de deseo típica entre los políticos. De hecho, es el tipo de imprudencia que llevó al secretario del Tesoro de Estados Unidos Hank Paulson a permitir que Lehman Brothers quebrara en septiembre de 2008, ostensiblemente para enseñarle al mercado una "lección". Alguna lección; todavía estamos intentando recuperarnos del error garrafal de Paulson.

De la misma manera, Keynes observaba con horror cómo los responsables de las políticas económicas se equivocaban una y otra vez en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, durante los levantamientos de los años 1920 y en la Gran Depresión de los años 1930. En 1925, Keynes criticó la indiferencia de aquellos "que están sentados en el escalón superior de la máquina". Sostenía "que son inmensamente imprudentes en su desconsideración, en su vago optimismo y su cómodo convencimiento de que realmente nada grave va a suceder. Nueve de cada diez veces, nada grave realmente va a suceder -apenas una leve aflicción de algunos individuos o grupos-. Pero corremos el riesgo de la décima vez…"

Hoy, los acreedores europeos de Grecia parecen dispuestos a abandonar sus promesas solemnes sobre la irrevocabilidad del euro para insistir en recoger algunas migajas de los pensionados del país. Si logran avanzar con sus demandas, forzando una salida de Grecia, el mundo nunca más volverá a confiar en la longevidad del euro. Como mínimo, los miembros más débiles de la eurozona sufrirán mayores presiones del mercado. En el peor escenario, se verán afectados por un nuevo círculo vicioso de pánico y corridas bancarias, arruinando a la vez la incipiente recuperación europea. En un momento en que Rusia pone a prueba la decisión de Europa de resolver los conflictos del este, el momento elegido por Europa para hacer apuestas no podría ser peor.

El gobierno griego tiene razón en poner límites. Es responsable frente a sus ciudadanos. La verdadera elección, después de todo, no está en manos de Grecia, sino de Europa.

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