lunes, 30 de junio de 2014

La gran bazuca de Mario Draghi ha fallado

Matthew Lynn, El Economista

La expectativa ha sido intensa, el furor arrollador, la anticipación creciente pero, ¿el resultado real? Por ahora, una decepción. Y no hablo de la selección inglesa ni de la española en la Copa del Mundo, aunque también podría ser. Me refiero al ataque monetario de Mario Draghi, la gran bazuca que supuestamente iba a levantar la economía de la Eurozona del suelo de la recesión y la deflación.

No parece que esté funcionando. Es cierto que aún es demasiado pronto para que muchas de las medidas que el Banco Central Europeo desveló tras la reunión del consejo a principios de mes puedan tener repercusiones sobre la economía real, pero dos de los objetivos principales eran bajar un euro sobrevalorado y reforzar la confianza. Ha habido muy pocas muestras de ambos. De hecho, el tipo de cambio casi no ha variado, la confianza sigue cayendo y los precios se acercan cada vez más a una deflación pura y dura.

Habrá que ceñirse al plan B

¿El resultado? Los tipos negativos de interés y préstamos específicos no van a sacar a la Eurozona de sus problemas. Al BCE sólo le queda un arma para contrarrestarlo: la flexibilización cuantitativa en toda regla, en líneas similares a los programas que ya se han lanzado en Estados Unidos, Japón y Reino Unido. El plan A no ha funcionado, así que habrá que ceñirse al plan B. Cuenten con que apretarán el gatillo antes de que acabe el año.

Antes de su última reunión del consejo, se especulaba mucho si el BCE pasaría a una flexibilización cuantitativa hecha y derecha o trataría de idear algo justo por debajo de imprimir dinero. Al final, hizo todo lo contrario que encender las máquinas. Recortó el tipo de interés principal a sólo el 0,15% e introdujo tipos negativos para cobrar a las entidades financieras por el privilegio de dejar su dinero en el banco central. Y se le ocurrió un plan de canalizar dinero directamente a las pequeñas empresas hambrientas de crédito de la Eurozona, basado en una iniciativa de relativo éxito del Banco de Inglaterra en Reino Unido.

Con la Eurozona deslizándose hacia la deflación y las economías periféricas atrapadas en una recesión, no es difícil entender por qué el BCE se ha sentido movido a actuar. Su principal objetivo fue bajar el tipo de cambio, mejorar la confianza empresarial y que los bancos volviesen a prestar a las pequeñas empresas. "Si hace falta, actuaremos enseguida con más flexibilización monetaria", dijo Draghi el mes pasado, al anunciar el paquete de estímulo. Parece que va a tener que cumplir su promesa. Ahora mismo, hay pocos signos de que el BCE haya logrado alcanzar sus objetivos. De hecho, el estado de la economía ha empeorado.

¿Ha mejorado la confianza?

Pongamos las últimas cifras de la confianza, medidas por los números PMI. La empresa de datos Markit publicó el lunes que la confianza en la Eurozona había caído por segundo mes consecutivo en junio, pasando de 53,5 a 52,8. El martes, el Instituto alemán IFO anunció una caída imprevista en la confianza económica de ese país. La ralentización es evidente en todas partes pero los números de Francia fueron los más preocupantes. Su índice manufacturero ha caído a su punto más bajo en seis meses y los números globales indican que la economía francesa vuelve a encogerse tras registrar un crecimiento de casi cero en el segundo trimestre. Dado que estamos en medio de un repunte del ciclo de negocios, es un rendimiento catastrófico para la segunda mayor economía de la Eurozona. Si el BCE pretendía subir la confianza, se puede decir que ha fracasado.

¿Y el tipo de cambio? Se da por sentado que cualquier clase de medida de flexibilización debilita la moneda pero no ha funcionado con el euro, que se hundió poco después de que se anunciaran las últimas medidas y perdió varios céntimos contra el dólar. Desde entonces, ha recuperado casi todas sus pérdidas y comercia al nivel de 1,36 que ha ocupado durante casi todo el año. Aun así, el euro es demasiado fuerte como para que la economía de la Eurozona experimente una recuperación duradera. La demanda interna se ha evaporado y todos los países van a tener que exportar para zanjar sus problemas. No podrán hacerlo con una divisa sobrevalorada. Si el BCE pretendía debilitar la moneda, se puede decir que ha fracasado.

Mientras tanto, la caída implacable hacia la deflación prosigue. La inflación se sumió en su mínimo de cinco años este mes, con un 0,5%. La velocidad con que caen los precios griegos se ha acelerado al 2,1%, del 1,6%. un mes antes. Tanto Portugal como Chipre se han unido en la deflación total. Incluso si el precio del petróleo en aumento ofrece cierto respiro temporal, no habrá que esperar mucho hasta que otros países vean sus precios caer también. Por supuesto, nadie espera que el BCE sea capaz de enderezar la mayor zona económica del mundo con un chasquido de dedos de su presidente. La economía no funciona así. Hace falta tiempo para que cualquier medida monetaria surta efecto. El problema es que debería tener más repercusión que esto. El efecto sobre el tipo de cambio debería ser instantáneo. El impacto en la confianza debería reflejarse enseguida. Ambas cosas necesitan tiempo para repercutir sobre la expansión de la producción y el empleo pero la tendencia debería ser clara desde el principio.

Las demás medidas anunciadas este mes no tienen más visos de impactar. ¿Qué diferencia supone un recorte en los tipos de interés al 0,15% cuando ya estaban en mínimos históricos? Los bancos puede que tengan menos dinero en el banco central porque les cobran por ello pero no lo prestarán a empresas o consumidores en economías que siguen atrapadas en una recesión.

Sin un euro más bajo y una confianza mejorada, las políticas anunciadas no funcionarán. Draghi tendrá que reconocerlo y actuar con una flexibilización cuantitativa a gran escala. ¿Ya en julio? No apuesten en contra. Cuando la deflación se arraiga, cuesta mucho librarse de ella, como aprendieron los japoneses hace 15 años. Si el BCE no empieza a imprimir dinero muy pronto, va a ser demasiado tarde.

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