lunes, 25 de noviembre de 2013

Paul Krugman: ¿Una depresión permanente?

Paul Krugman, El País

Cuando se pasa algún tiempo con los funcionarios de la administración monetaria, una palabra que se oye con frecuencia es “normalización”. Muchos de ellos, no todos, aceptan que no es momento de tacañerías, y que en estos tiempos el crédito debe ser accesible y las tasas de interés, bajas. No obstante, los hombres de negro esperan impacientes el día en que podrán volver a su actividad normal y aguar la fiesta en cuanto empiece. Pero ¿y si el mundo en el que vivimos desde hace cinco años fuese la nueva normalidad? ¿Y si las condiciones de cuasi depresión van camino de mantenerse, no uno o dos años más, sino décadas?

Se podría pensar que esta clase de especulaciones son propias de un grupo marginal de radicales. Radicales, no hay duda; pero que son un grupo marginal, no tanto. Algunos economistas llevan tiempo coqueteando con este tipo de ideas, que ahora se han generalizado. De hecho, hace poco, en la más respetable de las sedes, la gran conferencia anual de investigación del Fondo Monetario Internacional (FMI), se defendía con insistencia el argumento de la “estanflación secular”, un estado duradero en el que la depresión económica sería la norma, con episodios de pleno empleo escasos y distanciados entre sí. Y la persona que defendía el argumento no era otro que Larry Summers. Sí, ese Larry Summers.

Y si Summers tiene razón, todo lo que la gente respetable ha estado diciendo sobre política económica es erróneo, y seguirá siéndolo durante mucho tiempo. Summers comenzó con una cuestión que debería ser obvia, pero que muchas veces se pasa por alto: la crisis financiera que dio origen a la Gran Recesión ya ha quedado muy atrás. De hecho, según muchos criterios, acabó hace más de cuatro años. Sin embargo, la economía sigue deprimida.

Acto seguido hizo un comentario relacionado con el anterior: antes de la crisis teníamos una enorme burbuja inmobiliaria y de endeudamiento. Pero incluso con esa gigantesca burbuja estimulando el gasto, la economía solo funcionaba a medio gas: el mercado de trabajo estaba bien, pero no era magnífico, y la expansión no llegó a ser lo bastante potente como para producir una presión inflacionaria significativa. Summers prosiguió extrayendo una enseñanza digna de mención: insinuó que tenemos una economía cuyo estado normal es de una demanda inadecuada —cuando menos, de una ligera depresión— y que solo se aproxima al pleno empleo cuando hay burbujas que la mantienen a flote.

Yo añadiría algo más. Consideremos la relación entre el endeudamiento de los hogares y su renta. Entre 1960 y 1985 fue más o menos estable, pero entre 1985 y 2007, año del estallido de la crisis, aumentó de forma rápida e imparable. Pero incluso con los hogares endeudándose cada vez más, los resultados económicos del periodo fueron mediocres en el mejor de los casos, y la demanda no mostró ningún indicio de ir por delante de la oferta. Si miramos hacia el futuro, está claro que no podemos volver a la época en la que el endeudamiento crecía sin parar. Eso significa que la demanda de los consumidores es más débil, y sin esa demanda ¿cómo se supone que vamos a volver al pleno empleo? De nuevo, las pruebas hacen pensar que el estado normal de nuestra economía es de una ligera depresión en la que los breves episodios de prosperidad se dan solo gracias a las burbujas y al crédito insostenible.

¿Cuál podría ser la causa? Una respuesta posible sería la ralentización del crecimiento demográfico. Una población que crece genera demanda de nuevas casas, de oficinas, y así sucesivamente. Cuando el crecimiento se frena, la demanda cae. En EE UU, la población en edad de trabajar aumentó rápidamente en las décadas de 1960 y 1970, cuando los hijos del baby boom se hicieron mayores, y su fuerza de trabajo se vio engrosada aún más deprisa con la incorporación de la mujer al mercado laboral. Pero todo eso ya ha quedado atrás, y las consecuencias están a la vista: ni siquiera en el punto álgido de la burbuja inmobiliaria se construía tanto como en los años setenta. Otro factor de peso puede ser el pertinaz déficit comercial, que apareció en los años ochenta y que desde entonces ha fluctuado pero nunca ha desaparecido.

¿Por qué es importante todo esto? Una respuesta es que los bancos centrales tienen que dejar de hablar de “estrategias de salida”. El dinero fácil debería quedarse con nosotros mucho tiempo, y probablemente lo hará. A su vez, podemos olvidarnos de las historias de terror acerca de la deuda pública, que vienen a decir que “puede que ahora no sea un problema, pero esperad a que suban los tipos de interés”.

En un sentido más amplio, si nuestra economía tiende persistentemente a la depresión, viviremos mucho tiempo según las reglas invertidas de la economía deprimida, donde la virtud es vicio y la prudencia, insensatez, y donde los esfuerzos por ahorrar más (incluidos los intentos de reducir los déficits presupuestarios) son perjudiciales para todos.

Ya sé que mucha gente aborrece este discurso. Ofende a su sentido de lo correcto, o para ser exactos, de la moralidad. Se supone que la economía consiste en tomar decisiones difíciles (a costa de los demás, naturalmente), y no en convencer a la gente de gastar más. Pero, como decía Summers, la crisis “no habrá acabado hasta que haya acabado” y la realidad económica es la que es. Y, al parecer, en este momento, es una realidad en la que las reglas de la depresión regirán aún mucho tiempo.

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