domingo, 10 de noviembre de 2013

Paul Krugman: Alemania dificulta la recuperación económica de Europa


Paul Krugman, El País

Las autoridades alemanas están furiosas con Estados Unidos, y no solo por el asunto del móvil de Angela Merkel. Esta vez lo que les ha hecho montar en cólera es un (largo) párrafo de un informe del Departamento del Tesoro sobre política económica y monetaria exterior. En él, el Departamento sostiene que el enorme superávit por cuenta corriente de Alemania —un indicador general de la balanza comercial— es nocivo y que introduce “un sesgo deflacionario en la eurozona, así como en la economía mundial”.

Los alemanes, indignados, calificaron el razonamiento de “incomprensible”. “En Alemania no existen desequilibrios que requieran una corrección de nuestra política económica y fiscal orientada al crecimiento”, declaraba un portavoz del Ministerio de Economía federal.

Pero el Tesoro estaba en lo cierto, y la reacción alemana es inquietante. Por una parte, es un síntoma del permanente rechazo de los responsables políticos de Alemania, de Europa en general y, ya puestos, del mundo a afrontar la naturaleza de nuestros problemas económicos. Y por otra, prueba la desafortunada tendencia de Alemania a responder a cualquier crítica a su política económica con lamentos victimistas.

Empecemos por los hechos. ¿Recuerdan el “síndrome de China”, en el que la mayor economía de Asia registraba año tras año un gigantesco superávit comercial gracias a una moneda devaluada? Pues bien, China aún sigue registrando superávits, aunque más bajos. Entretanto, Alemania ha ocupado su lugar: el año pasado fue ella, y no China, la que registró el mayor superávit mundial por cuenta corriente. Medido en porcentaje del PIB, el superávit alemán equivalía a más del doble del de China.

Es cierto que Alemania ha contabilizado grandes superávits durante casi una década. Al principio, sin embargo, la diferencia positiva se correspondía con los grandes déficits del sur de Europa financiados con importantes inyecciones de capital alemán. La balanza comercial de Europa en su conjunto mantuvo un cierto equilibrio.

Entonces llegó la crisis, y el flujo de capital hacia la periferia del continente se desplomó. Los países endeudados fueron empujados —en parte por la insistencia de Alemania— a una austeridad rigurosa, la cual acabó con sus déficits comerciales. Pero algo no salió bien. La reducción de los desequilibrios comerciales tendría que haber sido simétrica, y los superávits de Alemania se deberían haber reducido al mismo tiempo que los déficits de los deudores. En lugar de eso, Alemania evitó cualquier tipo de ajuste; los déficits de España, Grecia y otros países se redujeron, pero no así el superávit alemán.

Esto ha tenido consecuencias nefastas para Europa, porque la negativa alemana a realizar ajustes ha multiplicado los costes de la austeridad. Pongamos el caso de España, el país con el mayor déficit antes de la crisis. Era inevitable que se viese abocada a años de escasez cuando tuvo que aprender a vivir dentro de sus posibilidades; pero no lo era que el desempleo llegase a casi el 27%, y casi al 57% entre los jóvenes. El inmovilismo alemán ha contribuido en buena medida al sufrimiento español.

También ha sido negativo para el resto del mundo. Es una simple cuestión de aritmética: puesto que el sur de Europa ha sido obligado a poner fin a sus déficits mientras que Alemania no ha reducido su superávit, Europa en su conjunto está apuntándose grandes superávits comerciales, lo cual contribuye a mantener la depresión económica mundial.

Como hemos visto, los responsables alemanes responden a todo esto con airadas declaraciones de que su política ha sido impecable. Lo siento, pero esto: 1. Es indiferente, y 2. No es cierto.

¿Por qué es indiferente? Cinco años después del desplome de Lehman, la economía mundial sigue en la depresión, afectada por la persistente escasez de demanda. En este entorno, un país con superávit comercial está, por usar el viejo dicho, pidiendo limosna a sus vecinos. Hace que el gasto se desvíe de sus bienes y servicios a los suyos, y de esta manera les arrebata el trabajo. Es indiferente si lo hace maliciosamente o con las mejores intenciones; está haciéndolo de todas maneras.

Es más, resulta que Alemania no está libre de culpa. Comparte con sus vecinos una moneda muy ventajosa para los exportadores alemanes, que ponen a la venta sus mercancías en un euro débil en lugar de en un marco que probablemente estaría al alza. Sin embargo, no ha cumplido su parte del trato: para evitar una depresión en Europa era necesario que gastase más mientras sus vecinos estaban obligados a gastar menos, y no lo ha hecho.

Por supuesto, las autoridades alemanas se niegan a aceptar nada de esto. El superávit comercial de Alemania es nocivo por la misma razón que eliminar los vales de comida y las ayudas a los desempleados destruye puestos de trabajo en Estados Unidos. Y los republicanos son tan receptivos a cualquiera que intente señalarles su error como los políticos alemanes. En el sexto año de una crisis mundial cuya esencia es que no se está gastando lo suficiente, muchos responsables políticos aún no se han dado cuenta. Y no parece que vayan a hacerlo nunca.

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