domingo, 28 de julio de 2013

Paul Krugman: Detroit, la nueva Grecia

Paul Krugman, The New Yotk Times

Cuando Detroit se declaró en quiebra, o al menos lo intentó (la situación legal se ha complicado), sé que no fui el único economista que tuvo un mal presentimiento sobre el probable impacto que tendría en nuestra retórica política. ¿Iba a ser lo de Grecia otra vez?

Está claro que a algunos les gustaría que eso ocurriera. Así que dirijamos esta conversación por buen camino antes de que sea demasiado tarde.

Bien, ¿de qué estoy hablando? Como se recordará, hace unos años Grecia se hundió en una crisis fiscal. Esto fue una cosa mala,pero las consecuencias para el resto del mundo podrían haber sido limitadas; al fin y al cabo, la economía griega es bastante pequeña (de hecho, representa alrededor de 1,5 veces la economía del área metropolitana de Detroit). Por desgracia, muchos políticos aprovecharon la crisis griega para adueñarse del debate y cambiaron el tema de la creación de empleo por el de la rectitud fiscal.

Pero lo cierto es que Grecia era un caso muy especial del que se podían extraer pocas o ninguna lección para la política económica más en general, e incluso en Grecia los déficits presupuestarios eran solo una parte del problema. No obstante, durante un tiempo, el discurso político en todo el mundo occidental estuvo totalmente “helenizado”: todo el mundo era Grecia o estaba a punto de convertirse en ella. Y este mal giro intelectual socavó enormemente las posibilidades de recuperación económica.

Así que ahora los cascarrabias del déficit tienen un nuevo caso que malinterpretar. Da igual que la pronosticada crisis fiscal de Estados Unidos no se materialice, o la fuerte caída en las previsiones sobre los niveles de deuda estadounidenses, o que muchos de los estudios que utilizaban los cascarrabias para justificar sus sermones hayan sido refutados; ¡obsesionémonos con los presupuestos municipales y las obligaciones de las pensiones públicas! O mejor no. ¿Constituyen las desdichas de Detroit los primeros estadios de una crisis nacional de las pensiones públicas? No. Desde luego, las pensiones estatales y locales están insuficientemente financiadas y expertos del Boston College cifran el déficit total en un billón de dólares. Pero muchos Gobiernos están adoptando medidas para solucionar ese déficit. Estas medidas siguen sin ser suficientes; los cálculos del Boston College indican que las aportaciones totales a las pensiones este año serán unos 25.000 millones de dólares menos de lo que deberían. Pero en una economía de 16 billones de dólares, eso no es gran cosa, y aunque nos pongamos en el peor de los supuestos, en las suposiciones más pesimistas, como nos dicen que deberíamos hacer algunos, aunque no todos, los contables, sigue sin ser gran cosa. Entonces, ¿ha sido Detroit particularmente irresponsable? Una vez más, no. Detroit parece haber tenido un sistema de gobierno especialmente malo, pero, fundamentalmente, la ciudad solo ha sido una víctima inocente de las fuerzas del mercado.

¿Qué? ¿Las fuerzas del mercado se cobran víctimas? Por supuesto que sí. A fin de cuentas, a los entusiastas del libre mercado les encanta citar a Joseph Schumpeter, que hablaba de la inevitabilidad de la “destrucción creativa”, pero ellos y su público siempre se imaginan a sí mismos como destructores creativos, no como los creativamente destruidos. Bueno, siempre hay alguien que acaba siendo el equivalente moderno de un productor de látigos de carruaje, y ese podría ser usted.

A veces, los perdedores del cambio económico son individuos cuyas aptitudes se han vuelto superfluas; a veces son empresas que prestan servicio a un sector del mercado que ya no existe, y a veces son ciudades enteras que pierden su lugar en el ecosistema económico. El declive es una realidad.

Es cierto que en el caso de Detroit, la disfunción política y social puede haber agravado las cosas. Una consecuencia de esta disfunción ha sido un caso grave de “dispersión laboral” en la zona metropolitana; los empleos abandonaron el núcleo urbano aun cuando el empleo en el área metropolitana de Detroit seguía creciendo, y aun cuando otras ciudades estaban viviendo una especie de renacer de los centros urbanos. Menos de una cuarta parte de los trabajos que se ofertan en la zona metropolitana de Detroit se encuentran a menos de 20 kilómetros del céntrico barrio tradicional de negocios; en el centro de Pittsburgh, otro ex gigante industrial cuyos días de gloria son cosa del pasado, la cifra de desempleo supera el 50%. Y la relativa vitalidad del centro de Pittsburgh podría explicar por qué la que fuera capital del acero da muestras de un renacer, mientras que Detroit no para de hundirse.

Por tanto, mantengamos desde ya un debate serio sobre la mejor manera en que las ciudades pueden gestionar la transición cuando sus fuentes tradicionales de ventaja competitiva desaparecen. Y mantengamos también un debate serio sobre nuestras obligaciones como país con aquellos conciudadanos que han tenido la mala suerte de encontrarse viviendo y trabajando en el lugar equivocado en el momento equivocado, porque, como decía, el declive es una realidad, y algunas economías regionales acabarán contrayéndose, tal vez de manera drástica, no importa lo que hagamos.

Lo importante es no permitir que el debate sea secuestrado, como ocurrió con Grecia. Hay gente influyente a la que le gustaría que creyeran que la defunción de Detroit es básicamente una historia de irresponsabilidad fiscal o de empleados públicos codiciosos. No lo es. En buena parte es solo una de esas cosas que suceden de vez en cuando en una economía que está en constante cambio.

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