viernes, 29 de marzo de 2013

La economía chilena, como el elefante, se balancea sobre la tela de una araña

Gabriel Palma, CiperChile

¿Y si la bonanza del cobre resulta ser transitoria? Es realmente increíble como el gobierno, el Banco Central y los agentes privados tienen la certeza de que esta vez el alto precio del cobre es permanente; la subida de precio “esta vez es distinta”, dicen. Los titulares son casi unánimes: en 2012 el crecimiento de Chile fue de 5,6%, la inflación está baja, hay casi pleno empleo. La mera posibilidad de que todo eso cuelgue de un hilo se descarta de plano.

El gobierno se prepara para iniciar un año electoral afirmando que el país está de vuelta al dinamismo de los ‘90. Los que opinamos distinto somos las “Cassandras” habituales. De hecho, no tengo memoria de un momento en el cual haya predominado una conciencia tan falsa sobre la situación económica del país (la prosperidad virtual que había en 1981 sale segunda).

Lo real es que la economía está parada sobre la tela de una sola araña: el alto precio del cobre. Y éste no tiene su raíz en fundamentos reales, sino básicamente en especulación. De volver ese precio a un valor basado en fundamentos reales (y no financieros), lo cual puede pasar en cualquier momento, el ajuste puede llegar a ser feroz -incluso puede ser peor que el del ’82-.

Desde este punto de vista, el problema número uno que tiene Chile no es la incertidumbre de que si el precio del cobre va a caer o no a niveles más normales, sino la de cuándo es que va a caer y de cuán brutal va a tener que ser el ajuste. El problema número dos, es que aún en una situación hipotética (y poco probable) de que el precio del cobre se mantenga en las nubes, la situación actual de la economía no es para nada tan rosa como la pintan las autoridades.

Partiendo por el segundo problema, lo que tratan de minimizar las autoridades y la mayoría de los analistas económicos es que a pesar del buen precio que tiene el cobre, en los últimos años la cuenta corriente de la balanza de pago se ha deteriorado en nueve puntos porcentuales del PIB. Pasó de un excedente de casi 5% del PIB a un déficit de casi 4%. Sólo en los últimos tres años (los de crecimiento), pasó de un excedente de US$3,2 billones a un déficit de US$9,5 billones.

Para los no especialistas, la balanza de pagos incluye la balanza comercial (exportaciones menos importaciones), la balanza de rentas (intereses y dividendos) y la de transferencias (donaciones y remesas). La cuenta corriente es el indicador más importante de la sustentabilidad del crecimiento. Y lo que no se dice es que, aunque siga alto el precio del cobre, estamos en una situación en la cual este déficit creciente puede volverse difícil de financiar. La crisis del ‘82 ocurrió precisamente por eso, pues, de repente, a raíz de la moratoria mexicana, no se pudo financiar más. El ajuste que vino significó que el PIB cayó en 20% entre el tercer trimestre de 1981 y el de 1983, el desempleo llegó al 30% y el porcentaje de la población bajo el nivel de pobreza se duplicó al 55%. Además, el rescate del sistema bancario costó un monto equivalente a más de la mitad del PIB.

Si en 2012 el precio del cobre hubiese vuelto abruptamente a su nivel pre-boom (el que tenía en 2003), la cuenta corriente habría llegado a un déficit del 18% del PIB; esto es, a un nivel de déficit mayor que el que hubo en 1981 (13%), o en 1982 (9%). En otras palabras, en 2012 el país gastó (esto es, consumió e invirtió, especialmente lo primero) casi US$10 billones más de lo que tenía; y si los términos del intercambio (precios de las importaciones y precios de las exportaciones, incluido el cobre) en 2012 hubiesen sido los del 2003 (todo lo demás igual), a esa cifra habría que sumarle casi otros US$ 40 billones. ¡Así hasta Mugabe pondría dar semblanza de prosperidad!

Uno de los fenómenos económicos que los economistas neo-liberales nunca han dado importancia es a la elasticidad de ingreso de las importaciones. Esto es, cómo crecen las importaciones cuando crece el PIB. En los tres años de crecimiento del PIB, éstas han saltado en un 35% (tres veces más rápido que las exportaciones). Y desde que empezó la bonanza del precio del cobre en 2003, las importaciones de bienes se han más que cuadriplicado. Con la enorme desindustrialización que hemos tenido desde la reforma, la elasticidad ingreso de las importaciones ha ido en constante aumento. Y, en el mediano plazo, a mayor elasticidad ingreso de las importaciones, menor es la tasa de crecimiento del PIB que es sustentable en el largo plazo.

La subida brusca de los precios de algunos commodities desde el 2004, ha cambiado algunos parámetros en el corto plazo, pero cualquier persona que conoce historia económica sabe que esos ciclos de los precios de los commodities son temporales y que en cada uno de ellos, como ahora, se inventaron cualquier cantidad de cuentos de que esta vez los precios altos iban a ser permanentes, “de que esta vez iba a ser distinto”.

Lo característico de la situación chilena actual es que a pesar de la bonanza exportadora, durante los tres años de crecimiento del PIB el boom de las importaciones ha reducido el superávit comercial (exportaciones menos importaciones) de US$16 billones a sólo US$3 billones, creándose el déficit de cuenta corriente mencionado anteriormente (casi 4% del PIB).

Aquí, otra vez, la experiencia asiática es fundamental para entender eso. La pregunta que hay que hacerse no es por qué Corea crece al 7%, sino por qué lo ha podido hacer por 50 años. China e India también han crecido al 9% y 7%, respectivamente, por 30 años. La gran diferencia no es que en América Latina no podamos crecer. En los últimos 50 años, prácticamente todos los países de la región, incluido Chile, tuvieron un periodo de crecimiento a nivel asiático. Sin embargo, ninguno de estos países logró sostener ese crecimiento en el tiempo. Por eso digo que somos corredores de corta o (cuando mucho) de media distancia. Los asiáticos son corredores de maratón.

Y para entender eso, el caso de Corea es paradigmático. A mediados de los ‘60, sus principales exportaciones eran las algas marinas y la seda natural, seguidas de cerca por el hierro. Más aún, Corea (como ahora Chile en cobre concentrado, astilla de madera, y salmón de tres kilos) era particularmente competitivo a nivel mundial. Sin embargo, a mediados de los ‘60, sus líderes, poco democráticos por cierto, y su emergente elite capitalista, se dieron cuenta de que por ese camino no iban a llegar muy lejos. Por lo tanto, se embarcaron en uno de los proyectos más ambiciosos -y exitosos- de industrialización en la historia, para cambiar su especialización externa y pasar a exportar productos manufacturados de alta elasticidad de ingreso.

Como es bien sabido, Corea recibió todo tipo de consejos y presiones en contra de su nuevo proyecto industrializador de aquellos asociados al Consenso de Washington. Los documentos del Banco Mundial repetían ad nauseam: ¿Cómo se le ocurre a Corea transformar hierro de primera calidad en acero de segunda? Peor aun, ¿cómo se le ocurre transformar ese acero de segunda en autos de tercera? Sin embargo, en poco tiempo, los autos coreanos pasaron a ser tan habituales en el mundo como el whisky escocés, el salmón noruego o el carnaval brasileño.

Lo que hizo Corea fue subir la elasticidad ingreso de sus exportaciones y así pudo no sólo crecer al 7%, sino que hacerlo durante 50 años. En nuestro caso, el gran nicho para hacer eso se da en la industrialización del sector exportador, tanto en la producción de insumos para la industria exportadora, como en el procesamiento de sus productos. Muy al estilo nórdico. Pero eso no va a pasar por obra y gracia del Espíritu Santo (mercado), sino por una implementación inteligente de políticas industriales y comerciales (incluido un royalty minero, estructurado para eso).

Es cierto que muchos que han intentado hacer eso fallaron, pero la pregunta que hay que hacerse una y otra vez es ¿por qué sólo los asiáticos parecen saber cómo hacer ese cambio estructural? ¿Tenemos que tirar la toalla antes de siquiera intentarlo?

Ahora bien, volviendo al primer problema, la sustentabilidad del actual precio del cobre, analicemos la tela de araña que sostiene todo: si nuestro crecimiento genera un creciente desajuste externo cuando el cobre está en las nubes, más aún lo va a ser cuando el precio vuelva a niveles normales. Si miramos el precio histórico, la tonelada de cobre siempre ha fluctuado, pero lo ha hecho entre US$1,500 y US$3 mil la tonelada; hoy está a US$8,000. Se habla de que el dólar no es el mismo de antes, pero eso ha sido así desde el ’71 (cuando Nixon rompió “temporalmente” la paridad oro). También se menciona China. Pero la demanda china representa algo así como un quinto del consumo mundial de cobre, y si bien esa demanda crece a dos dígitos, el resto está estancado. Por tanto, la demanda mundial de cobre en su conjunto sólo crece alrededor del 4% anual — similar al promedio de los últimos 200 años-. Y la oferta no tiene problemas para responder a eso.

¿Alguien puede creer que una situación así explica que el precio hoy día esté a un nivel tres veces lo que era en 2003? Más aún, el stock de cobre en Londres acaba de subir a su nivel más alto en tres años, y en Shanghai al más alto desde 2003. Miren lo que le pasó al hierro; el año pasado su precio cayó a la mitad, y en Chile todos prefirieron minimizar ese hecho. Y todo es tan volátil que bastó un cambio de política de exportación en India pare que en los últimos cuatro meses haya vuelto a subir en un 66%, llegando a un nivel más de 10 veces mayor que en 2002. Lo que hay que entender en Chile es que si los precios de los commodities pueden subir así, también pueden bajar así. Los especuladores del mundo financiero, simples rentistas inútiles -¡cuando volveremos al menos a un capitalismo en el cual para ganar plata hay que hacer algo útil!- ganan igual apostando a que los precios suban o a que bajen. Sin embargo, en Chile nadie parece estar muy preocupado de que el precio vaya a caer en el corto plazo. Se acepta el cuento de que todo es por China, y como China (supuestamente al igual que la ley de gravedad) siempre va a estar ahí, todo va a seguir igual. Es realmente increíble como los agentes públicos y privados tienen la certeza de que el precio del cobre en el nivel actual es permanente. Ese es el error maníaco clásico del ser humano: creer que lo bueno es permanente y lo malo es pasajero. En Chile esa actitud omnipotente ha llegado a extremos inusitados. Pero lo que realmente explica el precio del cobre es la enorme especulación financiera, porque los mercados financieros internacionales están tan líquidos y con tan pocas alternativas relativamente seguras de especulación, que los commodities que al menos crecen al 4% pasan a ser muy atractivos.

Esta gran liquidez es el resultado de las políticas de “quantitative easing” en los Estados Unidos y Europa (y ahora Japón). Las bolsas de comercio de Nueva York, Londres y Frankfurt están de vuelta a los niveles más altos que tuvieron antes de la crisis: ¿hay alguien que realmente crea que eso refleja algún fundamento, en economías estancadas o semi-estancadas, con inversión por el suelo, sectores públicos endeudados hasta el alma, y la zona del Euro con peligro de implosionar?

Todos los fundamentos de la economía mundial son un desastre (salvo, para variar, el Asia), y a pesar de eso las acciones están a niveles record. Lo mismo pasa con el cobre. Esos mercados financieros líquidos y faltos de imaginación son los que han transformado el cobre en una especie de pariente pobre del oro, en un activo financiero contra-cíclico. El cobre pasó a ser una de las formas de especulación más atractivas y eso explica casi todo el aumento de precio desde 2004. El problema es que esas especulaciones son siempre inestables, pasando de producto en producto, creando artificialmente burbujas para luego reventarlas. En mi opinión, hay una alta probabilidad que la burbuja de muchos minerales esté cerca de reventar. Y, de ser así, el ajuste que se producirá en Chile va a ser muy doloroso.

Imagínese si hoy, con el precio del cobre en las nubes, la cuenta corriente está con un déficit tan alto, si el precio del cobre vuelve a los niveles pre-boom (el que tenía en 2003), ese déficit saltaría al 18% del PIB, un nivel más alto que en los años 81/82.

Una baja del cobre de esa envergadura es perfectamente factible. Y las reservas que existen, más el fondo de Velasco, no dan ni para un año de importaciones. Por lo menos Brasil se ha preparado y ha acumulado reservas -en relación al nivel de importaciones de cada país, las reservas chilenas deberían llegar a US$100 billones para estar (proporcionalmente) al nivel de las brasileras-. Con el tipo de cambio ‘flexible’ que tenemos y con un Banco Central tan tímido para intervenir, no se ha hecho lo mismo. Por lo tanto, con mala suerte, el ajuste puede ser brutal. Si bien es muy difícil decir cuando los especuladores van a empezar a apostar a la caída del precio del cobre, pues esto depende de una cantidad enorme de factores, el gran Caballo de Troya que Piñera generosamente le va a dejar al próximo gobierno -probablemente de Bachelet-, es una economía en expansión que cuelga de un hilo.

Lo más probable es que sea el próximo gobierno el que pague las cuentas por la falta de imaginación de la política económica no sólo de este gobierno, por la falta de inversión de los excedentes del cobre en crear nuevas capacidades productivas que reemplacen la bonanza de los precios del cobre cuando esta desaparezca, y por la actitud maníaca de que todo lo bueno es permanente -maníaca en un sentido sicoanalítico: desconexión con la realidad-. Y en economía, como en tantas otras esferas de la vida, eso siempre se paga caro.

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