sábado, 22 de septiembre de 2012

España y el fin del Estado del despilfarro

Jaime Richart, ArgenPress

El Estado del Despilfarro se acabó… Durante una década este país no ha disfrutado de un Estado de Bienestar, sino de un estado de derroche permanente. Una heterogénea educación según Comunidades pero toda orientada al nulo aprecio hacia los valores intemporales del ahorro, de la sobriedad y de la prudencia, ha venido primando al consumo como principal motor de la economía pública y como primer recurso de entretenimiento (el “consumo” de hipoteca es materia aparte).

Y ello, precisamente, en tiempos en que la deriva del planeta, la escasez galopante de agua potable y de los frutos de la tierra aconsejan severamente fomentar el ahorro, la contención y el miramiento en todo. El caso es que esa funesta pedagogía casó perfectamente con la incitación constante al gasto por parte de bancos, de fuera y de dentro, dirigidos más o menos a distancia por gentes situadas a medio camino entre la codicia, la malicia y la irresponsabilidad. Pues bien, se cierra el grifo de aquellas riadas de dinero invisible, y una sensación amarga se extiende por todo el país originando la depresión económica, sí, pero sobre todo la depresión moral y psicológica general al no poder consumir ya toneladas de basura y de ladrillo. ¿Extraña tanto suicidio?

Pero, paradójicamente, suicidio no entre quienes a duras penas pueden comer o refugiarse bajo techo. Estos luchan por la supervivencia. Se suicidan, como sucedió en el crack de los Estados Unidos en 1929, los que han dejado de ganar brutalmente (sustituídos ahora por los tiburones financieros), los que han visto reducido de la noche a la mañana un inmenso patrimonio amasado gracias al fraude, al favor, al nepotismo y a la conjura; esos que han bajado, en fin, uno o más peldaños en el status económico y social. Esto, tanto en cuanto a la nómina de viejos opulentos herederos de fortunas levantadas sobre el crimen histórico, como a la otra de los que acaban como quien dice de enriquecerse a golpe de especulación, de agiotaje y de toda clase de tejemanejes financiero-políticos.

Pero en lo que se refiere al ciudadano común, al integrante de las clases medias a las que pertenecemos todos los demás, eso de no poder comprar lo que antes se compraba compulsivamente y ser incapaces de cambiar aquel desvarío por la vida sencilla, es lo que ha conducido al hastío extremo o al ansia insatisfecha: principales causas de desesperación.

Dejemos, pues, de llamar "Estado de Bienestar" a un largo periodo de derroche y latrocinios. Aquello fue una orgía de consumo y gasto de dinero fácil llegado del frío, que enloqueció al país, a los bancos, a los ciudadanos y a los gobiernos. Una orgía que ha traído primero perplejidad y luego la paralización general por el estallido de un bienestar efímero y artificial que no podía durar más que la noche de baile que vivió en palacio Cenicienta. Un Estado, por cierto, manejado por unos gobernantes desorientados y necios como pocos países han podido reunir a lo largo de siglos en una sola época; unos dirigentes incapaces de sacar al país de un embrollo capitalista que tarde o temprano acabará por asfixiar al mundo entero...

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