lunes, 6 de agosto de 2012

El veneno de suma cero de Europa

Jean Pisani-Ferry, El Economista

Cuando, como en Europa, prevalecen las disputas sobre el reparto, confianza y progreso se anulan. La historia indica que los conflictos sobre transferencias y deuda encierran un grave peligro.

Siempre que una sociedad aborda sus problemas exclusivamente desde el prisma de las disputas por el reparto, sus posibilidades de resolverlos disminuyen en gran medida, porque la mentalidad nosotros contra ellos distorsiona los análisis y bloquea soluciones que mejorarían inequívocamente la situación general. Cualquier decisión política es percibida como un juego de suma cero, conforme al cual la ganancia de un grupo es necesariamente una pérdida para otro grupo. Las nociones mismas de confianza y progreso desaparecen.

Hemos visto en el pasado hasta qué punto estos conflictos -entre ricos y pobres, terratenientes e industriales o capital y trabajo- pueden frenar el desarrollo. Hoy estamos viendo en los Estados Unidos cómo algunos antagonismos arraigados provocan un punto muerto en asuntos presupuestarios y fiscales. Y hay muchos ejemplos de reformas económicas fallidas que se reducen básicamente a la misma lógica de suma cero.

Pero esa lógica no predomina tanto ahora mismo en ningún otro sitio como en Europa. Desde que empezó la crisis del euro, hace casi tres años, ha habido una batalla continua entre dos interpretaciones de la misma.

La primera lectura enfatiza los defectos de la legislación de la eurozona y las reformas necesarias para corregirlos. La segunda subraya los fracasos individuales de países de la eurozona y los costes que imponen a sus vecinos. Hasta ahora, ha prevalecido un difícil equilibrio entre estas dos interpretaciones. Pero la segunda cada vez está consiguiendo más ventaja. En el norte de Europa, la opinión pública está cada vez más molesta por lo que muchos ven como un intento por parte del sur de robarles de sus ahorros.

Una carta reciente firmada por 160 economistas alemanes en la que afirman que el plan de la Unión Europea para una unión bancaria era poco más que un intento de hacer que Alemania pagara por los errores españoles es reveladora a este respecto.

Los economistas pasan por alto en gran medida el problema de la fragilidad financiera que se supone que abordaría una unión bancaria, afirmando por el contrario que no habría problemas si los Gobiernos simplemente dejaran de intervenir en las crisis bancarias. Y exageran el riesgo de que un plan común de seguro de depósitos se volviera un canal masivo de transferencias norte-sur.

A su vez, la Europa del sur se está enfadando. El primer ministro italiano, Mario Monti, denunció recientemente el surgimiento de una creditocracia europea -el Gobierno de aquéllos que aparentan estar en el lado de los que dan en Europa- y señaló que, en contra de la percepción general, Italia no depende del apoyo de nadie. (Italia de hecho está contribuyendo al apoyo a otros países en crisis, así que, objetivamente, todavía es un acreedor). Si el educado Monti habla en estos términos, ¿qué podemos esperar de la nueva generación de populismo a que dará lugar la crisis del sur de Europa?

Ciertamente, el cada vez más divisivo pensamiento de suma cero no es del todo nuevo: la UE está acostumbrada a disputas por el reparto, y los largos debates presupuestarios (que tienen lugar cada siete años) son normalmente enconados. Pero, hasta ahora, los reguladores podían reducir las controversias al toma y daca político habitual de los impuestos y las transferencias entre países. El problema con el debate actual es que las disputas por el reparto contaminan ya al espectro político entero.

Un hombre lo vio venir. El economista estadounidense Martin Feldstein escribió en 1997 que la unión monetaria crearía un conflicto dentro de Europa. En aquel momento, fue ridiculizado y tratado como un enemigo recalcitrante del proyecto europeo. Desafortunadamente, su intuición era correcta: los países europeos están enfrentados hoy no a pesar de la moneda común, sino precisamente por su culpa.

La historia indica que las disputas internacionales sobre deuda y transferencias son un grave peligro. En la década de 1920 y en la de 1930, representantes de los países europeos dedicaron incontables reuniones a resolverlas (en aquel momento, principalmente compensaciones por parte de Alemania). Pese a la buena voluntad de Estados Unidos, fueron incapaces de superar sus diferencias, y dejaron que el problema de las compensaciones degenerara en un conflicto financiero tóxico que contribuyó a que todo fuera mucho peor.

Pero el conflicto no es inevitable. Muchas sociedades han demostrado ser capaces de superar una mentalidad de suma cero y de proyectar en el futuro sus ideas sobre el interés nacional; Europa debe encontrar dentro de sí misma la capacidad de hacer lo mismo.

Una importante lección de cómo los países abordan disputas internas es que la actitud necesaria no requiere pasar por alto los problemas de reparto. Las sociedades con éxito no dejan de tener discusiones sobre los beneficios o pérdidas de la fiscalidad, la redistribución o la regulación. Pero no dejan que los problemas distributivos dominen todo el debate. Son capaces de separar los asuntos de estabilidad o eficiencia de las polémicas sobre el reparto.

Ésa es la lección que Europa debe aprender. Debe reconocer que está obligada a vivir con discusiones sobre el reparto, y que debe encontrar maneras de abordarlas. Pero, aún más importante, debería frenar el alcance de estas disputas, y evitar ser dominada por ellas. Hacer eso requiere coraje, visión, y confianza -cualidades que en la actualidad escasean peligrosamente-.

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