lunes, 1 de agosto de 2011

La crisis como coartada y la emboscada de Obama a los derechos sociales

Michael Hudson

Ya saben ustedes que el cara a cara a cuenta de la deuda está tan melodramáticamente escenificado como una exhibición de la Federación mundial de lucha libre cuando Obama blande la manifiestamente huera amenaza de que si el Congreso “no aborda los duros desafíos de los derechos sociales y la reforma fiscal”, no habrá dinero para pagar los cheques de la Seguridad Social del próximo mes. En su discurso sobre la deuda del pasado 25 de julio, Obama amenazó: si suspendemos pagos, no tendremos suficiente dinero para pagar todas nuestras facturas, incluidos los cheques de la Seguridad Social, las ayudas a los veteranos y los contratos del Estado con miles de empresas privadas.”

Eso no es, ni por asomo, cierto. Pero se ha convertido en tema de amedrentamiento durante una semana, precisamente desde que el Presidente pronunció palabras casi idénticas en su entrevista con el conductor del programa Evening New de la CBS, Scott Pelley.

Huelga decir que el gobierno dispondrá de suficiente dinero para pagar los cheques mensuales de la Seguridad Social. La administración de la Seguridad Social tiene sus propios ahorros (en bonos del Tesoro). Ya sé que los juristas –como Obama y prácticamente todos los presidentes norteamericanos— raramente entienden los problemas de la teoría económica. Pero este es un asunto jurídico. Obama no puede ignorar que la Seguridad Social es solvente, con garantías líquidas para pagar durante muchas décadas. Sin embargo, Obama ha puesto a la Seguridad Social en un destacadísimo lugar de su lista de blancos.

La explicación más razonable de esta amenaza vacía es que Obama, generando pánico entre las personas mayores, busca generarles la esperanza de que, de uno u otro modo, el acuerdo presupuestario que trata de forjar para ganar su mano pueda salvarlas a ellas también. La verdad, ni que decir tiene, es que están siendo conducidas al matadero económico. (Y ni una palabra correctiva –para recordar al Presidente la realidad financiera— por parte del Secretario del Tesoro, Tim Geithner, ni del neoliberal presidente de la Fed, Ben Bernanke, ni de nadie de la administración demócrata de Wallstreet.)

Es un timo. Obama ha venido para enterrar la Seguridad Social, Medicare y Medicaid, no para salvarlas, sino para matarlas. Eso estuvo claro desde el comienzo mismo de su administración, cuando nombró su Comisión para la Reducción del Déficit, encabezada por el enemigo confeso de la Seguridad Social que es el Senador republicano Alan Simpson (Wyoming) y el jefe de personal de la rubineconomía bajo Clinton, Erskine Bowles. Los últimos nombramientos de Obama, republicanos y demócratas conservadores delegados por el Congreso para reformular el código fiscal de manera bipartidista –para evitar su rechazo—, no es sino un ardid para aprobar una “reforma” fiscal imposible de aprobar por unos representantes democráticamente elegidos.

El demonio anda siempre entre los detalles. Y los cabilderos de Wall Street siempre han sabido poner esos detalles en manos de sus congresistas favoritos y de sus senadores de cámara. Y en esta caso, cuentan además con el Presidente, que les pidió consejo a la hora de formar su gabinete sobre los mejores nombres para actuar de factótums del secuestro del gobierno por los intereses de Wall Street y crear un “socialismo para los ricos”.

No existe tal cosa, huelga decirlo. Cuando los gobiernos son dirigidos por los ricos, eso se llama oligarquía. Los diálogos de Platón ilustran: en vez de ver a las sociedades como democracias u oligarquías, lo mejor era verlas en movimiento. Las democracias tendían a la polarización económica (singularmente, entre acreedores y deudores), degenerando en oligarquías. Éstas, a su vez, tendían a convertirse en aristocracias hereditarias. Con el tiempo, las familias de viso terminarían luchando entre sí, y un grupo –como el de Clístenes en la Atenas del 507 antes de nuestra Era— “reclutaría al pueblo para su partido” y crearía la democracia. Y así proseguiría el eterno triángulo.

Eso es lo que está pasando en nuestro días. En vez de disfrutar de lo que la Era Progresista anticipaba –una evolución hacia el socialismo, con un Estado capaz de suministrar las infraestructuras básicas y de satisfacer otras necesidades mediante subsidios—, a lo que estamos asistiendo en nuestro tiempo es a una recaída en un neofeudalismo. La diferencia, evidentemente, es que esta vez la sociedad no está controlada por militares terratenientes. Las finanzas cumplen hoy el papel que antaño cumplió la fuerza militar. En vez de estar atadas a la tierra como en el feudalismo, las familias de nuestros días pueden donde les da la gana, siempre que contraigan una deuda de por vida para pagar la hipoteca de cualquier vivienda que compren.

Nuestra sociedad no paga una renta de la tierra ni tributa a los conquistadores; nosotros pagamos a los banqueros. Así como el acceso a la tierra era la condición necesaria para que las familias pudieran comer bajo el feudalismo, ahora se necesita acceso al crédito, al agua, a la asistencia médica, a las pensiones o a la seguridad Social y otras necesidades básicas, y hay que pagar intereses, peajes y rentas monopólicas a una oligarquía neofeudal que se desplaza con desparpajo de los EEUU a Irlanda y Grecia.

El gobierno de los EEUU ha gastado 13 billones de dólares en rescates financieros desde la caída de Lehman Brothers en septiembre de 2008. Pero Obama alerta de que, de aquí a treinta años, la financiación de la Seguridad Social puede llegar a tener 1 billón de dólares de déficit. Hay que evitar que urja ahora a desmantelar los planes para esos pagos.

Diríase que los 13 billones usados es todo el dinero que realmente tiene el gobierno. Las empresas de Wall Street cogieron el dinero y echaron a correr. No hay bastante para pagar la Seguridad Social, Medicare y otros gastos sociales que los Demócratas conservadores y los Republicanos planean ahora cortar.

No inmediatamente. El plan consiste en “empapelar” la actual crisis delegando los planes a una segunda Comisión de Reducción del Déficit formada por miembros del Congreso.

Aquí tenemos, finalmente, el “Cambio en que poder creer”. Después de todo, los cambios reales resultan siempre sorprendentes.

La crisis falsificada


Normalmente, se necesita una crisis para crear un vacío en el que inyectar esos detalles tóxicos. A Wall Street no le gustan las crisis reales, claro está, salvo para lograr ganancias especulativas instantáneamente operadas por computadora en la cotidiana fibrilación de los actuales mercados zigzaguenates. Pero cuando se trata de dinero en serio, se prefiere la ilusión de una crisis melodramáticamente escenificada para proporcionar el máximo de emoción a la audiencia, un poco al estilo de un buen montador de películas al montar una secuencia. ¿Atropellará el veloz tren a la chica atrapada en los raíles? ¿Escapará a tiempo?

El tren es la deuda; la chica, supuestamente, la economía norteamericana. Pero resulta que, en realidad, es Wall Street disfrazado. Y la cosa es una comedia nada divina. Obama ofrece un plan que parece muy Republicano. Pero los Republicanos dicen que nanay. Se genera la ilusión de una batalla real. Dicen que Obama es socialista.

Los Demócratas manifiestan su desconcierto ante la amenaza de tamaño obsequio. “¿Dónde está el Obama real?”, se preguntan. Pero parece que el Obama real ha resultado ser un impostor Republicano de Wall Street disfrazado de Demócrata. Eso es lo que es el Comité de Dirección Demócrata: una panda de Demócratas de Wall Street.

Los Demócratas clintonianos constituyen el partido natural para deshacer lo construido por Roosevelt y los antiguos Demócratas. Un Senado genuinamente Demócrata jamás toleraría tamaños obsequios a Wall Street, ni tamaña traición a su electorado urbano, si lo propusiera un presidente Republicano. Obama les está vacilando.

Esto es lo que el próximo presidente Republicano podrá tranquilamente decir: “Ya sabéis que Obama apoyará cualquier cosa que queramos los Republicanos. Si no queréis una política Republicana, tenéis que votar por mí como presidente. Porque un Congreso dominado por los Demócratas se opondrá a una política Republicana, si la proponemos nosotros. Pero si la propone Obama, el Congreso estará desarmado y no se podrá resistir.”

Lo mismo ocurre en Gran Bretaña, en donde se llamó al Partido Laborista para culminar la obra que habían empezado los Conservadores, para lo que se necesitaba un Nuevo Laborismo capaz de torcer la oposición popular a la privatización de los ferrocarriles y al obsequio financiero que significó la Asociación Público/Privado en la construcción de líneas subterráneas de metro. Y es la misma historia con Francia, en donde un gobierno socialista apoyó el programa de privatizaciones dictado por el Banco Central Europeo.

Un vistazo a las falacias más comunes


Dondequiera y cuandoquiera que se encuentre a autoridades públicas y a periodistas repitiendo de consuno como un mantra algo que es un craso error económico, uno puede estar totalmente seguro de que hay intereses creados de por medio. El sector financiero, singularmente, busca inducir a los votantes a la errónea creencia de que la economía entrará en crisis si Wall Street no tiene vía libre: normalmente, vía libre de impuestos y regulaciones.

La primera falacia de Obama consiste en equiparar el presupuesto público y el presupuesto familiar. Pero las familias no pueden firmar pagarés y exigir al resto del mundo que considere esos pagarés como moneda propia. Sólo los Estados pueden hacer eso. Es un privilegio que los bancos están ahora deseosos de conseguir: la capacidad de crear crédito de la nada en sus pantallas de computador y cargar los correspondientes intereses por lo que les resulta prácticamente gratis y lo que los Estados pueden, en efecto, crear gratuitamente de la nada.

“Bueno, cualquier familia sabe que se puede manejar una pequeña tarjeta de crédito. Pero si seguimos por el camino actual, nuestra deuda creciente nos costará puestos de trabajo y dañará gravemente a nuestra economía”. Sólo que las economías necesitan dinero público para crecer, y ese dinero sólo se consigue incurriendo en déficits presupuestarios federales. Esa ha sido la esencia del gasto público anticíclico keynesiano durante más de medio siglo. Hasta ahora, había sido política oficial del Partido Demócrata.

Es verdad que el Presidente Clinton consiguió un superávit presupuestario. La economía sobrevivió porque el sistema bancario comercial proporcionó (cobrando intereses) el crédito necesario para crecer. Para forzar de nuevo a la economía a apoyarse en Wall Street, y no en el Estado, el gobierno necesita dejar de incurrir en déficits presupuestarios. La economía se enfrenta entonces a un dilema: o bien se contrae virulentamente, o bien deriva prácticamente todo su excedente a los bancos en concepto de renta económica dimanante del privilegio de poder crear crédito.

Obama pretende también que las agencias de calificación crediticia sean capaces de actuar como mascotas de sus clientes, las grandes entidades financieras, haciendo que toda la economía en su conjunto pague tasas de interés aún más elevadas a sus entidades emisoras de tarjetas de crédito y a sus bancos. “Por vez primera en le historia”, teatralizó Obama, “la calificación de triple A de que goza nuestro país podría degradarse, dejando a los inversores de todo el mundo en la duda de si los EEUU siguen siendo una buena apuesta. Las tasas de interés se dispararían, lo que tendría consecuencias en las tarjetas de crédito, en las hipotecas y en los créditos para los automóviles, lo que se traduciría en un enorme incremento de la carga impositiva soportada por los norteamericanos”.

La realidad es la contraria: tener superávit fiscal es lo que incrementaría los tipos de interés, arrojando a la economía al cautiverio del sistema bancario. La administración Obama está ahora plenamente inmersa en la fase de retórica orwelliana.

Durante el discurso de Obama, no pude evitar la sensación de que ya había oído todo eso antes. Y entonces, me acordé. Fue en 2008, cuando el entonces Secretario del Tesoro Henry Paulson trataba de replicar al argumento de Sheila Bair de que todos los depositantes asegurados en la FDIC [Corporación Federal de Seguros de Depósitos, por sus siglas en inglés] podrían esquivar la crisis de septiembre, con sólo que los especuladores sin escrúpulos perdieran las ganancias que habían esperado sacar creando crédito de la nada. “Si se permitiera el colapso del sistema financiero”, advirtió Paulson en su discurso en la Biblioteca Ronald Reagan, “sería el pueblo norteamericano quien terminaría pagando el precio. Esto nunca ha tenido nada que ver con los bancos; siempre ha tenido que ver con la continuación de la prosperidad y las oportunidades para todos los norteamericanos”.

Huelga decir que todo ha tenido y sigue teniendo que ver con los bancos. Wall Street sabe que, para conseguir suficientes votos en el Congreso a fin de deshacer el New Deal, la Seguridad Social, Medicare y Medicaid, hay que contar con un presidente Demócrata en el ejercicio del cargo. Un Congreso Demócrata bloquearía cualquier iniciativa que pudiera tomar un presidente Republicano para proceder al tipo de recortes que Obama está patrocinando. Pero la oposición de los congresistas Demócratas queda paralizada cuando es el propio Presidente Obama –el presidente liberal-progresista por excelencia, el Tony Blair americano— quien oficia como maestro de ceremonias del recorte de derechos sociales y la yugulación del gasto público.

Así como la City londinense apoyó al Partido Laborista británico, a sabiendas de que el Partido Conservador no podría dar pasos tan radicales como la privatización de los ferrocarriles y del sistema de metro subterráneo de Londres; así como los socialdemócratas islandeses hundieron la economía en una servidumbre deudora respecto de Gran Bretaña y Holanda; así como el Partido Socialista griego encabeza ahora la lucha por las privatizaciones y los rescates bancarios; así, en EEUU, el Partido Demócrata entrega a sus bases electorales –trabajadores urbanos, señaladamente las minorías raciales y los pobres, los más perjudicados por el plan de austeridad del Presidente Obama— a Wall Street.

De modo, pues, que Obama está haciendo lo que todo demagogo: entregar a su electorado a quienes le financian las campañas electorales, es decir, a Wall Street. Yves Smith ha dicho acertadamente que Obama “revierte el momento chino de Nixon”.

Los Republicanos ayudan absteniéndose de presentar un candidato presidencial propio creíble. Lo que da a Obama un margen para moverse hacia la derecha del espectro político. Tan a la derecha, que son sus propios Demócratas quienes constituyen ahora la avanzadilla hostil a la Seguridad Social, no los Republicanos.

Todo lo cual resulta harto más hacedero bajo la oportuna presión propiciada por un clima de pánico. Ya les funcionó, después de todo, en septiembre de 2008 para el plan de rescates bancarios (TARP). El melodrama del rescate de Wall Street de entonces puede entenderse como un ensayo preparatorio del actual teatro con el tope de la deuda en el marco incomparable de la coartada de la crisis.
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Tomado de Sin Permiso

1 comentario:

  1. Tras el aplazamiento de la votación del plan republicano en la Cámara de Representantes ante las dudas sobre el respaldo de votos, el jefe de la mayoría demócrata en el Senado estadounidense, Harry Reid, ha destacado hoy que seguirá adelante con su propuesta para evitar la suspensión de pagos de la Administración estadounidense. comunidad forex

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